¿Qué pasa cuando hay agua hirviendo en una olla y una rana es introducida? Obviamente la rana intentará salir. ¿Qué pasa si antes de hervir el agua, metemos la rana a temperatura ambiente y gradualmente se va incrementando? La rana se queda tranquila en el agua sin asustarse. ¿La razón? Su aparato interno para detectar amenazas está preparado para cambios repentinos, no lentos y graduales. Ahora bien, analicemos la misma situación en un contexto real. ¿Qué pasa si una persona que trabaja por un salario encuentra una oferta en donde puede ser independiente, manejar su propio tiempo y hacer lo que más le apasiona, con la condición que debe empezar ahora mismo? Obviamente intentará salir de esa tentación porque debe “cubrir responsabilidades financieras y cuidar un hogar”, antes de aventurarse a explorar algo que no es fijo. Ahora, ¿qué pasa si la misma persona entra en un programa de entrenamiento empresarial previo, en donde le enseñan a invertir sus ganancias ocasionales en su propio negocio, que le permita tener el estilo de vida que desea y el tiempo absoluto para él? En este caso, no lo piensa dos veces y de inmediato toma la decisión de educarse para ser independiente. Una rana y un humano. Física y anatómicamente no son iguales; provienen de reinos distintos, formaciones desiguales y supervivencia contraria. Pero hay una analogía entre ellos: EL MIEDO. El miedo no discrimina raza ni especie, ni mucho menos situación inesperada. El miedo es una sensación que muchos de nosotros tenemos en diferentes fases de la vida, pero que, la gran mayoría, no es capaz de enfrentar y su mecanismo de defensa más usado es evadir. En el contexto empresarial sucede algo parecido. La mala adaptación a amenazas crecientes es una frágil causa que podría acabar con la supervivencia de una compañía. No es lo mismo responder con promociones y “regalos” a cuanto usuario o cliente compre, que con estrategias que se acondicionen al contexto actual y permitan estabilizar la situación en el largo plazo. Lo inmediato agobia, y causa estrés; se tiene miedo a que se crezca y cause mayor estrago. Por eso, se aplican paliativos que curen los síntomas, pero la raíz del inconveniente perdura y se convierte en un ciclo cuyo final es infinito. Hay una situación que llama bastante la atención y es la tendencia a emprender. La mayoría de nosotros nos gusta hacer las cosas que se nos antoje; tanto en el plano personal como en lo laboral. Que mejor que manejar un negocio propio, que dé frutos en el transcurso de los años y que nuestros descendientes lo puedan aprovechar para seguir alimentando el emporio creado. Es un sueño que muchos tienen, pero, la olla hierve bastante y socava sensaciones de bienestar. El 90% de las personas prefieren estar en un plano de seguridad económica y estabilidad emocional. Hay temor por lo remoto y quizá “nos vaya mal” pero una vez que alguien logra romper esa burbuja de pánico, la sensación de bienestar es percibida por la inmensa mayoría que se quedó rezagado. El entorno empresarial amerita carácter y virtud. Las personas debemos “re aprender” a ver las cosas como un sistema y no como esquemas separados. Hay que profundizar en los procesos lentos y graduales. Hay que aminorar el ritmo frenético y prestar atención no sólo a lo evidente sino a lo sutil. Hay que jugar más y recomendar menos. Hay que ser actores del plano empresarial y no espectadores que pertenecen a una fuerza laboral que no está contenta con su actividad. Muy bien lo explicó Peter Senge en su libro “La quinta disciplina” con la parábola mencionada. Su intención es buena al intentar motivar y aclarar el contexto empresarial actual, pero aún hay muchas cosas que debemos aprender de nuevo para achicar la brecha que hay entre el miedo y la realidad. El agua caliente asusta, pero el agua tibia relaja y se siente bien. Imagen cortesía de Shutterstock
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