Una tarde cualquiera de mayo de 2013, Andrew Josephson, estaba ordenando y haciendo lugar en el sótano de la casa de sus padres cuando se topó con una caja que contenía un montón de CDs. La curiosidad por averiguar el contenido de los discos pudo más que el trabajo; Andrew decidió hacer una parada y revisó uno por uno, entre tantos, hubo varios que llamaron su atención, aquellos que se intitulaban «Sonidos y soplos del corazón, del Dr. Daniel Manson». Manson era el abuelo de Andrew. En la caja, junto con los CDs, había un folleto que explicaba el contenido de los discos compactos: se trataba del registro sonoro de 125 latidos del corazón diferentes. El Dr. Manson, que falleció a los 92 años en 2011, pasó 50 años practicando la cardiología y la docencia en el Hospital Hahnemann University en Filadelfia. Él tenía un interés especial en los sonidos y soplos cardíacos. Para mediados de 1990 el Dr. Manson había compilado y digitalizado tres CD con sonidos del corazón –algunos, incluso, muy raros– para enseñar a los estudiantes de medicina acerca de los matices para la detección de enfermedades del corazón. Durante el verano de 2013, Andrew, recién graduado en bioquímica, se compró algunos libros de programación informática y aprendió de manera autodidacta a codificar una aplicación para teléfonos móviles. Su idea era clara y concisa: diseñar y programar una app que registre y controle el ritmo cardíaco usando el smartphone. La aplicación en cuestión, utilizaría el micrófono incorporado en el teléfono para grabar un latido y luego lo haría coincidir con las grabaciones del Dr. Mason –como base de datos– para determinar si el latido era normal o irregular. Como toda idea, ésta necesitó que se trabajara, que se le diera forma. Ya sabemos que una idea necesita tiempo para desarrollarse. Como dice Steven Johnson, «Todas las ocurrencias nacen a medio cocer». Andrew, destinó muchas horas y esfuerzo al proyecto. Para julio, ya contaba con el primer prototipo que probó con su corazón. Para afinar la precisión de su nueva aplicación, él tenía que probarlo en amigos y voluntarios. «El corazón de la mayoría de las personas coincide muy bien con los sonidos de las grabaciones de mi abuelo de corazones normales», dijo posteriormente a la revista Newswire. Pero el corazón de su madre mostró anomalías. Sonaba como alguien con un prolapso de la válvula mitral potencialmente peligrosa y regurgitación de la válvula mitral. La Dr. Tina Josephson, hija del Dr. Daniel Manson y mamá de Andrew, negó rotundamente el resultado. Ella pensó que su hijo simplemente no era talentoso en la programación de apps y también se consideraba una mujer fuerte, joven y sana. «Soy una médica. Nunca me enfermo», aseveró. (¡hola, heurística de la familiaridad!) Tina hizo caso omiso de los resultados de las pruebas, pero, cuando la familia viajó a Steamboat Springs en Colorado para esquiar, se dio cuenta de una diferencia en su respiración ¿Y si fuese verdad?, pensó. Al regresar a su casa inmediatamente visitó a un cardiólogo. Una semana más tarde, las pruebas revelaron que Tina sufría una regurgitación de la válvula mitral. Había que operar. Un tiempo después, Tina, se sometió a una exitosa cirugía a corazón abierto. La curiosidad inicial de Andrew con las grabaciones de su abuelo y el entusiasmo para crear la aplicación salvaron la vida de Tina. El posible adyacente contribuyó para que Andrew pudiera desarrollar su aplicación. En términos de creatividad se conoce como posible adyacente a la disponibilidad, al conjunto de herramientas que facilitan el desarrollo de una idea, ya que éstas no pueden caminar más rápido que las posibilidades tecnológicas. En palabras de Steven Johnson, «lo posible adyacente es una especie de futuro en la sombra que ronda en los límites del estado actual de cosas, un mapa de todos los caminos en los que el presente puede reinventarse a sí mismo. Lo posible adyacente captura tanto los límites como el potencial creativo de cambio e innovación». El caso de Andrew se puede comparar con el origen de YouTube. Si Hurley, Chen y Karim hubieran intentado ejecutar su idea en 1995, se hubieran dado sus cabezas contra la pared porque en el paradigma de Internet de esa época la palabra compartir no tenía lugar. Más aun, pensemos en la velocidad de conexión de un módem y en las posibilidades de grabar audio y video que las cámaras digitales ofrecían –ni siquiera pongo sobre la mesa el hecho de los teléfonos celulares–. Hoy es imposible pensar qué hubiera pasado. Lo cierto que en 1995 un sitio web para ver y compartir vídeos no estaba dentro de lo posible adyacente. La idea era correcta, pero el entorno aún no estaba preparado para ella. Como Andrew, Hurley, Chen y Karim, todos vivimos y experimentamos una versión particular de lo posible adyacente. Citando nuevamente a Johnson: «La cuestión es inventarse formas de explorar los límites posibles de lo que te rodea». Imagen cortesía Shutterstock
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