La comunicación de hoy ha excedido los límites; tanto así, que las personas pagan por evitar anuncios publicitarios. En el mundo del marketing, si no comunicas, desapareces. Esta premisa ha calado en el entorno de los comités directivos de la mayoría de agencias creativas y medios para generar estrategias que generen recordación e impacto en la comunidad seleccionada. Avisos en vallas, spots publicitarios, patrocinios, maratones, banners, ventanas emergentes, entre otras, son las tácticas que permiten entregar el mensaje de la marca a oídos, ojos, narices, manos, cabeza o cualquier parte de una persona que el equipo creativo considere necesario. Todas las formas de generar comunicación son válidas. Lo que ha desafiado la línea entre lo personal y lo privado es la proxemia. No permitimos que desconocidos invadan nuestro espacio personal, ni mucho menos, que nos vengan a vender cuanto artefacto lancen al mercado. Estaba revisando un portal interesante sobre política colombiana. Diariamente me actualizo respecto a la situación que pasa en mi país. Al entrar y ver los títulos me generaron engagement inmediato, ya que son llamativos e instan a profundizar sobre él. Una vez que abro el titular se despliega una ventana en el costado derecho de mi pantalla con un video publicitario. Esto es normal. Continuo la lectura del artículo y al hacer clic en la flecha inferior se despliega un video, patrocinado por una agencia de viajes. Esto sí me causó curiosidad, ya que es la primera vez que encuentro un formato invasivo en la misma lectura. Sigo bajando para ocultar el anuncio (qué bien se siente continuar sin el molesto ruido del comercial). Bajo 2 veces más y ya cuando me dispongo a deslizar el scroll por última vez, aparece otro video patrocinado por otra marca. Algo que molesta, y a la mayoría les pasa igual, es que individuos o aspectos ajenos a la situación se entrometan en una actividad propia. Nos incomoda que alguien escuche nuestra conversación telefónica al otro lado de la pared. Nos fastidia que mientras hablamos con nuestras parejas por la calle, agarrados de las manos, tengamos una persona a los costados al mismo ritmo. De igual manera, nos abruma la cantidad de contenido publicitario intrusivo que no respeta el espacio personal. La más reciente y la que me ha dejado con la frase “NO LO PUEDO CREER” fue la que me pasó hoy. Estaba viendo un capítulo de la nueva temporada de South Park por YouTube. Se me hizo extraño que al principio del video no hubo anuncio. Empecé a disfrutar del contenido y al minuto 8 se DETIENE LA REPRODUCCIÓN DEL CAPÍTULO por un video promocionando una serie de netflix. Algo molesto, salté el anuncio y seguí en la serie. Cuando iba en la parte que los directivos de History Channel detienen a Kartman y sus amigos para llevarlos a sus instalaciones, SE DETIENE POR SEGNDA VEZ LA REPRODUCCIÓN para pasar un anuncio de exactamente 5 segundos de una marca que ni recuerdo; me dio tanta rabia que ni siquiera fui capaz de ver qué marca patrocinaba semejante invasión al espacio personal. Es bien sabido que la marca tiene que ganar la batalla de atención ante la saturación, pero NO DE ESA MANERA. Las compañías tienen que diferenciarse con campañas y estrategias que SE ADAPTEN A LOS GUSTOS de las personas y nunca con el fin de GENERAR FASTIDIO Y RABIA (como lo están haciendo). Por otro lado, las marcas tienen que ganar la batalla de credibilidad emocional ante la desconfianza. Pero, al parecer, están haciendo todo lo contrario por impregnar la paciencia de las personas y generan el efecto inverso. Las marcas tienen una gran similitud con la religión: comparten sentimientos de lealtad y fidelidad. los clientes de una marca y los religiosos realizan una tarea de evangelización, que lleva a difundir sus preferencias. Y si te encargas que tus clientes te cojan molestia, desgano y empalago con contenidos intrusivos, ¡créeme que la evangelización te caerá muy mal!
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