Estoy seguro que la erre de diferencia ha logrado que recuerde que necesito acopiar imágenes cotidianas, juicios de valor, cachivaches culturales y manías diversas. Todo a sabiendas que servirá para prensar. De un brief solo una lonja sustanciosa y de inmediato a mezclar con lo acopiado: Una frase repetida del abuelo, una reprimenda constante de mamá, la anécdota de tu mejor amigo o una canción de 1998. Todo sirve. ¿Por qué prensar y no pensar? Para mí, ha sido la consecuencia de una sensación personal, del aire pretencioso “de pensar” que dan ganas de envolver la palabra y encargársela solo a los filósofos e inventores de verdad. Yo publicista, solo he querido prensar todos los días y llegar a compactar ideas ligeras para que las personas entiendan de beneficios e información útil, pero sobre todo contagiarlas de alguna emoción que las mueva hacia el escaparate de una tienda o hacia una actitud que las identifique por buen tiempo. Prensar implica mantener la despensa de tus recuerdos siempre llena, implica revisar la caducidad de los prejuicios y atreverse a incorporar novedades por rutina. Prensar es genial porque nos recuerda el proceso y no el instante final, las piezas del motor y no el botón de encendido. Prensar es didáctico, te lleva de la mano y consciente de tu propio mecanismo, tan simple como el acopio y la mezcla. Si pensar es el foquito que se prende, prensar es como energía eléctrica que necesitas. Sígueme @manuelmega
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