En algunas ocasiones, caemos en una zona de confort, o mejor dicho, nos acomodamos en ella, porque sabemos que ahí estaremos trabajando en la zona segura. Aquélla en la que hemos adquirido la maestría porque forma parte de una rutina, ya que día a día realizamos dicha actividad e involucra temas que podemos resolver sin problemas. Esto es algo muy común, es un instinto de supervivencia, tratamos de resguardarnos en la multitud. No hago olas, sólo cumplo con lo que se me pide, trabajo de 9 a 6 y entrego los reportes o las tareas que me pidió el jefe. Cumplí con lo que se me pidió, soy excelente en mi trabajo. Total, no me tiene que gustar, un trabajo es un trabajo. Pero esto no siempre llena las expectativas del jefe. Muchas veces, los gerentes buscan motivar esto con un estímulo derivado del castigo, o lo hacemos o morimos, pretendemos innovar, cuando el barco esta empezando a hundirse. Aunque afortunadamente, esto no siempre es así. En ocasiones, tenemos la oportunidad de destacar y ofrecer un destello de genialidad, algo que aún y cuando es arriesgado, nos motiva a buscar más allá de lo cotidiano. Tenemos la oportunidad de ofrecer arte, de hacer magia. A veces, cuando se genera en un ambiente idóneo, es excelente, es propositivo y nos lleva a lugares donde nunca hemos estado, nos lleva a una zona de liderazgo, en la que sorprendemos porque lo que hacemos lo hacemos con pasión. Aquí no hay cabida para los “no se puede”, “yo no sé”, “no depende de mí”, estas frases a las que yo les llamo ‘cuida chambas’. Para poder llegar a esta zona donde la magia sucede, no podemos ser «cuida chambas», no podemos pretender hacer algo distinto sin arriesgarnos, no podemos llegar a donde no hemos estado, sin explorar. Aunque sea de vez en cuando, hay que arriesgarse. AUTOR Erick Mejía Licenciado en Marketing, Profesor de la Universidad Humanista, gusta de escribir sobre temas de Emprendimiento, Creatividad e Innovación. Conversemos a través de erick@consultorcreativo.com Imagen cortesía de Shutterstock
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