Yo siempre he tenido una doble moral respecto a los tatuajes, me gustan mucho, he ido a las expos y ferias donde se exhiben tatuajes y perforaciones, tengo muchos amigos que les gusta rayarse con una frecuencia regular, sin embargo, yo no tengo uno. Tengo muy claro la percepción de muchas personas de la vieja escuela, como funcionaba el departamento de Recursos Humanos y cómo piensan algunos de mis colegas en relación con los tatuajes. La premisa es clara, no se debe de permitir el uso de tatuajes en los candidatos a formar parte de la empresa, por las diferentes razones que me quieran enumerar, me queda claro que hay tipos que discriminan a gente por tener tatuaje. Una vez estuve presente en una conversación entre una Gerente de RH y un médico que estaba entregando los resultados de los análisis clínicos (parte del proceso de entrevista). El doctor le dijo a la Gerente de RH: “nombre Lic. Tiene un tatuaje bien grandote en toda la espalda” esta expresión y el tonito con el que lo dijo el Doc, daba por entendido que el candidato no iba a pasar el filtro, sin importar sus credenciales. En aquél entonces mi manera de pensar me dictaba que era muy difícil encontrar empleo, así que guardé esa conversación en mi memoria a largo plazo, para que me sirviera de advertencia. “Si de por sí, casi nunca nadie me quiere contratar, si me pongo un tatuaje, pues menos”. Pero años después, cuando pasé a formar parte de las filas de un Call Center, noté algo que me llamó mucho la atención, observé que el tener un tatuaje no era la excepción, sino más bien era la regla. Parecía que tener tatuaje era el requisito para formar parte del equipo. Mientras estuve en este empleo éste era el tema de conversación más común. En las dinámicas de integración y al momento de presentarse, la pregunta no era ¿tienes un tatuaje?, más bien la pregunta era, ¿cuántos tatuajes tienes?, y ¿de qué son tus tatuajes? Empezando por el máximo supervisor hasta el empleado de piso. La mayoría de los empleados eran lienzos de un artista de la piel. Esto era algo que me encantaba, porque el ser extraño ahí en ese lugar era yo, sin embargo, jamás me sentí como un paria, todo lo contrario, formaba parte de la tribu. El clima laboral y la filosofía de equipo que me tocó vivir en esta empresa lograba su cometido, todo mundo tenía bien puesta la camiseta. Sin importar la facha, el arete o el tatuaje todos veníamos a trabajar bien enfocados en el objetivo, bien comprometidos con la empresa y lo mejor era que todos los compañeros con los que me tocó convivir eran buenos en lo que hacían, por que estaban entregados al trabajo y por que trabajaban siendo ellos mismos. Este ecosistema laboral es lo que yo llamo un ambiente de inclusión. AUTOR Erick Mejía Licenciado en Marketing, Profesor de la Universidad Humanista, gusta de escribir sobre temas de Emprendimiento, Creatividad e Innovación. Imagen cortesía de Shutterstock
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