A nadie escapa la diferencia entre el «yo persona» y el «yo profesional», sin embargo a poco que incidamos ligeramente en la epidermis y penetremos, nos encontramos con una dermis confusa, dubitativa y con alto componente de cruce entre ambos «yo». Todo ello nos lleva a entender la alta sensibilidad de la epidermis en ese cruce de sensaciones entre mi posición como persona y mi comportamiento como profesional, lo que desemboca en conflictos. ¿Por qué nos cuesta tanto, en el momento de la verdad, diferenciar si una acción afecta a mi parte personal o a mi parte profesional? Vamos a ir más allá y centrar la propuesta: ¿por qué mi ego personal no me deja gestionar muchas acciones que sé, por comprensión y experiencia, que pertenecen en exclusiva al ámbito profesional? Cuando se habla de profesionales, el mundo del deporte es un referente remarcable porque el deporte es algo a lo que todos podemos acceder y al ser un tema con alta carga emocional nos permite detectar y entender los distintos niveles de compromiso. En una contienda deportiva se da por entendido que lo que ocurre entre los deportistas rivales queda almacenado en la hemeroteca visual del encuentro pero que no debe afectar en absoluto a la relación externa al mismo que pueda hacer entre ellos, relación que entra ya en la categoría de personal. Y por regla general así es, a excepción de casos que dan veracidad y valga la redundancia, a que la excepción confirma la regla. Pero en el apasionante e intrincado mundo de la empresa, como no podía ser de otra manera, la cosa no es tan simple. Siempre he creído que lo que tiende a enseñarse es lo que no llevamos de serie. Para ejemplificar, ¿por qué el ser humano debe hacer esfuerzos por conseguir el equilibrio? Muy simple, porque el Universo tiende al caos y nosotros con él. Por la misma regla de tres, ¿por qué entonces hay que repetir sistemáticamente en entornos profesionales que no nos tomemos las cosas a nivel personal cuando estamos gestionando acciones de empresa? Para mí el núcleo del conflicto es claro: es un problema de asunción de identidad propia frente a actuaciones de terceros en un entorno meramente profesional. Este posicionamiento mental es altamente dañino en la empresa y genera quebrantos funcionales que inciden poderosamente en el desarrollo de la empresa. ¿Por qué hay personas que se sienten profundamente contrariadas cuando se les pregunta sobre un tema del que desconocen y que, con mucha probabilidad, no tienen por qué conocer? ¿Quién les ha vendido que en una empresa todos debemos entender de todo? Es muy conocido el refrán chino que dice «aquel que pregunta es tonto por cinco minutos, pero el que no pregunta permanece tonto por siempre». En nuestro país el no preguntar por miedo a parecer ignorante está tan arraigado en nuestra cultura que incluso es permisible reírse de quién pregunta. Quizá si como persona fuéramos más honrados con nosotros mismos, como profesionales seríamos mucho más competentes. ¿Quién ha dicho que preguntar es de tontos? ¿Por qué no saber algo de mi trabajo me convierte en un mal trabajador? ¿No será mal trabajador el que pasa tiempo leyendo su periódico deportivo o falseando visitas comerciales para cubrir el cupo? El problema viene por el ego personal de no desencajar del grupo y la elevada presión que un mundo presidido por el maquillaje y la falacia ejerce sobre muchos profesionales. Quizás es momento de deshacerse del ego si queremos ser competentes y escalar peldaños en la larga e inacabable escalera de la excelencia. Pocas cosas hay más desagradables que escuchar comentarios sibilinos en seminarios de alguno de los asistentes que critica la «ridiculez de la pregunta» de un tercero en un alarde de soberbia frente a su compañero o conocido. Lo que transmite esa persona es una manifiesta falta de respeto por el ser humano y una indecencia profesional que roza la expulsión de la sala aderezado todo ello con un más que probable desconocimiento de la pregunta hecha. Ya sabemos que cuando vamos a aprender, la pregunta de uno suele ser, en un elevado porcentaje, la pregunta de muchos. Muchos están llegando muy tarde a coger el tren de la competencia profesional porque se han retrasado en el camino hacia la estación haciendo el tonto de verdad aparetando, divagando, entreteniendo y justificando falsamente su tiempo por pensar que deben saberlo todo, viviendo en un estado de constante ansiedad por procesarse de forma subconsciente, su verdadero desconocimiento. Las empresas son modelos de crecimiento productivo donde el conocimiento es la base de desarrollo. De ahí la extrema importancia de la capacitación profesional continua y a todos los niveles porque el día de mañana nos depara novedades que el día de hoy ni siquiera anticipa. Entonces, ¿a qué esperamos para deshacernos de ese ego personal que nos complica el día a día profesional? ¿Somos capaces de marcarnos objetivos en ello?:
- ¿ERES COHERENTE? La coherencia nos asienta como persona, pintemos pues con su hermoso color nuestro espacio profesional para disponer de un entorno amigable, sereno y funcional. La empatía y la confianza son enemigos acérrimos del ego. ¿Alguien cree poder formar parte de un equipo de trabajo poniendo su ego personal al lado del bloc de notas?
- ¿ERES CAPAZ? La capacitación profesional nos aleja cada vez más de las carencias que un ego personal temeroso pueda infringirnos. Formarse es la forma de auto diseñarse. Si no aprendemos a diario y crecemos como profesional estamos permitiendo la entrada a un ego personal por incomprensión y ansiedad.
- ¿ERES EMOCIONAL? El sistema de flujo funcional de abajo arriba en la transmisión cerebral de los procesos está más que demostrada. Entonces, si primero sentimos y luego pensamos debemos cuidar al máximo el cariño por las emociones y entender dónde estamos en cada instante. ¿Verdad que vemos clara la diferencia entre estar en casa viendo una serie o estar en una reunión en la oficina?
- ¿ERES CONFIABLE? El ego aplasta la discreción y la confianza. La única forma de que el placer forme parte del trabajo es crear un ambiente en el que uno disfrute de estar, siendo la confianza la esencia de las relaciones personales. Pero el ego es el alimento de la envidia y la falsedad y es un arma vengativa y maliciosa, es ese condimento que sobra en cualquier plato y del que hay que huir nada más detectarlo.
- ¿ERES TÚ? Porque como dijo Oscar Wilde, «sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos». Aparentar ser quien no se es para demostrar que se es más de lo que en realidad se es, suena sin duda a trabalenguas de calidad, una locura real en la que anidan muchos profesionales cuando su estabilidad profesional dista en sustancia de los ambientes en los que se mueven.
Cuando se trata el rendimiento profesional revertible en rendimiento económico para la empresa de quien, con el sueldo que te paga en contraprestación por tus servicios, te permite tener una vida, ostentar un ego personal con tintes ácidos solo conduce a un desajuste profesional que, contrariamente a lo que piensas, será a ti mismo a quién pase factura. Para los payasos, el Circo, esto es la empresa. Es momento de deshacerse del ego que lleva a tantos y tantos profesionales al borde de la estupidez, con los prejuicios y perjuicios personales y empresariales que su adicción conlleva.
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