En los pueblos la vida transcurre de otra manera. Aunque también hay que trabajar a diario el tiempo se percibe con el instinto más que con el reloj. Las horas son menos marcadas más flexibles. Los pueblos son lugares en los que puedes caminar con los ojos cerrados sin que te pase nada.Mientras recorres las calles, puedes ver las viejas casas de arquitecturas de otras décadas y no puedes evitar curiosear el funcionamiento del tejido comercial rural, que como casi todo allí furrula a su propio aire, nada que ver con la ciudad. Allí sigue funcionando el boca a boca y la socorrida cartelería, además de alguna que otra tarjeta de visita profesional. Aunque hay WiFi abierto en algunos locales, la presencia en Facebook es mínima, nula en páginas web. No hay campañas publicitarias ni de marketing más allá de las ofertas de la tienda de comestibles. Es como otro mundo, o como viajar atrás en el tiempo. La vida en el campo requiere emplear a diario una buena cantidad de tiempo, atención, y energías, concentradas en la buena marcha del mismo. Quizá por eso, entre tractores y ladridos de perros, los propietarios de negocios afincados allí no consideren de importancia el difundir de las virtudes de sus productos y servicios, que tienen escasa o nula competencia allí. Sin embargo, observados de cerca con una mirada externa, y aún teniendo en cuenta su despreocupación por que otros le coman terreno en su correspondiente sector, esos negocios poseen un gran potencial para crecer más, para aumentar de forma notable su audiencia y su afluencia de clientes. Los pueblos son un territorio aún poco explorado en cuanto a publicidad se refiere. Un paraíso apenas tocado por profesionales creativos en el que posar la mirada con una mayor atención que la empleada hasta ahora. Pizarras en blanco en las que escribir todo lo visto hasta ahora en los entornos urbanos, e incluso experimentar nuevas ideas.
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