Si algo hemos aprendido de siglos de evolución, es que los seres humanos avanzamos en la medida en que somos capaces de percibir nuevos modelos que influyen de forma determinante en el desarrollo de la industria, la técnica y las artes; la innovación se basa fundamentalmente en la reinvención de una tecnología, no necesariamente en la creación de una pasada; por ejemplo, la carreta es tan solo una reinvención de la rueda, la berlina es una reinvención de la carreta, en el modo de uso, el automóvil es la adaptación de la carreta a una nueva forma de tracción, no se trata de invenciones nuevas, sino innovadoras, de la rueda. A partir de una tecnología base, el ser humano ha aprendido a sacarle nuevos provechos, a darle otros usos, a maximizar su funcionalidad, a hacer de esa tecnología un instrumento práctico de desarrollo y ha sido esta la clave de la evolución científica, tecnológica y artística; cuando los europeos hicieron contacto con las civilizaciones americanas, aprendieron de ellas no solo las grandes lecciones matemáticas que sabemos sirvieron para optimizar varias tecnologías en la metrópoli, sino también la existencia de nuevos y desconocidos pigmentos y técnicas para lograrlos; la pintura corporal y la cosmovisión de los indígenas americanos le dieron al arte europeo un nuevo significado; la ingeniería hidráulica azteca fue decisiva en ese contacto; pudiéramos decir que, a su modo, considerando todos los elementos del contexto, los europeos (no solo los españoles) en sus contactos y relaciones con los indígenas americanos hicieron benchmarking. También ocurrió a la inversa, la confederación cherokee y powhatan aprendieron inglés tan pronto como hicieron contacto con los primeros exploradores, incluso aprovecharon sus modos amistosos para aprender de ellos; los tahínos fueron muy perspicaces, siglos de dominación caribe les enseñó a manejar a los enemigos violentos a través de sus mujeres, con los españoles la técnica funcionó y de las tribus de la cuenca del Caribe la de los tahínos logró prevalecer en mayor cantidad; el benchmarking que mutuamente aplicaron las civilizaciones que se tocaban por primera vez durante la era de los descubrimientos claro que dista de ser el mismo benchmarking que aplican las marcas hoy, pero en esencia, es muy parecido. El benchmarking no es una herramienta para “inspirarse” en la competencia, es una estrategia para conocer al rival, para adelantarlo, mirando en sus procesos, en su producto, en la tecnología que aplica, cada detalle que pueda perfeccionarse, en el que pueda y deba innovarse, en el que haya una oportunidad para, usando un poco de la popularidad y funcionalidad de la tecnología, subirle un escalón y hacerla más fiable, más práctica, más usable y con esto ganar la batalla. El benchmarking ha originado, por supuesto que, patentes, fórmulas, procesos, y demás componentes industriales, incluso equipos o máquinas, estén celosamente custodiados, lo que también ha dado paso al espionaje empresarial y a su vez a leyes que busquen evitar prácticas desleales; sin embargo, en la industria el benchmarking funciona como un instrumento legítimo para encontrar esos detalles que no están en la fórmula, en el proceso, en la técnica, esa máquina que falta o que sobra y que se hace evidente para la competencia, cuando está en el mismo negocio. La industria es un singular campo de batalla, en el que se repiten cuidadosamente los comportamientos que han hecho de nuestra especie la especie dominante; somos, por un lado conscientes de nuestro propio desarrollo, pero por el otro, seres que instintivamente buscan exactamente lo mismo que nuestros antepasados: prevalecer; claro, ya no es bien visto que se expolie al enemigo, que se lo aniquile, ni tampoco que las técnicas de dominación sirvan de excusa para superarse a un costo social muy elevado; por eso, el benchmarking no es una excusa para copiar la competencia, pero si un medio eficaz para adelantarnos, para mejorar, para desarrollar y con esto probar que los seres humanos, unidos somos más. Imagen cortesía de iStock
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