Cuando despierto y estiro el brazo aparece mi teléfono. Me ofrece una pantalla y la posibilidad de mostrarme en video todo lo que ocurrió en el mundo mientras dormía. Cada día tengo la certeza de tener una pantalla en el bolsillo, también una en mi habitación, otra en el equipo del auto y por supuesto en la agencia, donde cada puerta me lleva siempre a una. Al ritmo de los pixeles, tengo más pantallas por vivir, más aún teniendo en cuenta que no llevo conmigo una tablet o smartwatch todavía. Por eso, hoy que todos hacemos o decimos algo sobre el video-marketing. Creo que es bueno recordar cómo las pantallas entraron en lo cotidiano: Fue a través del humilde televisor, un objeto llamado electrodoméstico que fue alguna vez analógico, al cual acomodábamos la antena recordando su imperfección, su humana transmisión. Con el televisor, tú decidías cuando encenderlo y el intrusivo video de reproducción automática aún no existía. Las pantallas fueron ganando espacio de manera progresiva en salas, dormitorios y hasta cocinas. En aquel momento “compartir el video” no era un botón y la unidad mínima para comentarlo no era darle un “like”. Hoy, miles de videos se juegan la vida en 5 segundos de Internet y las personas ahogan miles de horas de producción audiovisual en un clic. Como publicista es un escenario retador saber que al día de hoy, la que mayoría de plataformas de video están dispuestas para que todos miremos más y más rápido. Sin embargo, eso también enciende mi nostalgia por aquella pantalla de tele, puesta para ser vista y no mirada, porque seguramente en esos años todavía teníamos un poco más claro que ver es la consecuencia exitosa de mirar. Imagen cortesía de iStock
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