Las inauguraciones de nuevos comercios y otros negocios tienen algo de mágico, es como presenciar un nacimiento, o asistir al origen de un nuevo micromundo en el que muchos elementos giran a su alrededor. Sólo hay que asistir a alguna para darse cuenta del gran magnetismo que genera el acto en si, y la expectación que suele producir el anuncio previo de cada una de ellas.
La magia es aún mayor en estos dificultosos tiempos que corren, con crisis económicas de por medio que azotan con saña. Tiempos en los que las malas lenguas, con actitud pesimista en extremo, se apresuran a afirmar que las ciudades están muertas. Una opinión respetable, pero equivocada, con crisis o sin ellas el surgimiento de ideas y proyectos no se detiene, y eso es perceptible a poco que se mire.
No se puede negar el gran atractivo y poder de convocatoria que poseen las inauguraciones, singulares y tradicionales eventos donde los haya. Algunos dirán que tanta afluencia se debe tan sólo a los pinchoteos ofrecidos que suelen incluirse en estas celebraciones, que en éste país la gente acude en tropel cuando hay comida y bebida de por medio, pero no, el asunto va más allá de todo eso, de los pinchos o canapés que acompañen a la apertura de un nuevo local. Tiene más que ver con el resurgimiento del pequeño comercio, que se niega en redondo a dejarse extinguir, y que en muchos casos consigue insuflar nuevas esperanzas en las poblaciones en las que se alojan.
El significado tras cada inauguración es el de más empleo, más vida en las calles de las ciudades, generando más riqueza, atrayendo al turismo y dotando al territorio de una mayor actividad económica, social, e incluso cultural, que es lo que de verdad se necesita y se desea. Es por ello por lo que las inauguraciones son un presagio de que algo bueno se está produciendo.
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