Baja los precios decían; la gente comprará más, decían. Ante la caída de las acciones en los mercados mundiales, no es raro encontrar en cualquier establecimiento mundial rebajas y descuentos en la mayoría de los productos. Quizá es una modalidad que beneficie en gran medida al consumidor final, y de paso, a los actores que intervienen en la cadena de valor. Pero, ¿Realmente es una buena estrategia bajar los precios? Para un plan táctico es una medida que se amolda al cumplimiento de sus metas. Pero, si se trata de un plan estratégico, curiosamente es un arma que perjudica mucho más a la compañía. Miremos un ejemplo: La otra noche salí de trabajar y no quería llegar a preparar comida en mi apartamento. Quería comer algo sustancioso y grande. Pensé en las opciones que la ciudad ofrece, pero infortunadamente, el top of mind de las empresas regionales no da para que mi primer pensamiento sea un establecimiento en especial. Analicé las categorías y escogí una hamburguesa. La siguiente pregunta que me formulé fue: ¿Dónde ir? La cantidad de sitios de comidas rápidas que abundan en la ciudad tienen un efecto controversial: nublan la capacidad de decisión y enredan mi opción de compra. Revisé redes sociales y recordé un restaurante-bar llamado BURGUER HOUSE y recordé que su estrategia de comunicación es llamativa, así que opté por ese lugar. En el trayecto no esperaba mucho, solamente que me atendieran bien y que me trajeran rápido mi hamburguesita llena de salsa BBQ y mucho, pero mucho tomate. Al llegar me llevé la primera sorpresa: la persona encargada de la zona de parqueo me abrió la puerta y con un gesto cortés me dijo: “BIENVENIDO A BURGUER HOUSE CABALLERO, SIGA QUE MIS COMPAÑEROS LO ATENDERAN GUSTOSAMENTE”. Quizá muchos de nosotros hayamos escuchado esa frase, pero la forma en que lo dijo marca diferencia: ¡¡SONRIENDO!! Al entrar encontré mi segunda sorpresa: la indumentaria de sus empleados. Estilo rockero, con un toque sutil y un garbo que pocos sitios tienen en ciudades intermedias. La dependiente que me atendió siempre me sonreía, pero ojo: no fue una sonrisa postiza, ERA NATURAL, se veía que disfrutaba de su trabajo y la forma en que lo hacía. El menú era preciso pero aún así no supe que elegir, por lo que me llevó a pedirle una recomendación y esta me dio las indicaciones precisas para pedir la hamburguesa de la casa. Curiosamente era la más costosa, pero con su singular explicación, opté por ella. Mientras que esperaba analicé el lugar y fue asombroso. El ambiente evocaba una especie de PUB adaptado al concepto de restaurante. Sus individuales tienen grabados dibujos de laberintos para que uno pueda hacerlos mientras que llega el pedido. Y, lo mejor: a un lado hay un espacio para colocar el celular y concentrarse en lo que más disfruta el ser humano: COMER. Llegó mi hamburguesa casera y sin lugar a dudas disfrute bocado a bocado su sabor, su textura y su sabrosura. Al pedir la cuenta me llevé la última sorpresa: era más costoso que si invitaba a una amiga a comer, ir al cine e incluso salir de rumba. Pero no pensé en eso, solamente dejé mi tarjeta y esperé que me dieran mi factura. Salí contento, con mi barriga llena y una satisfacción plena. El precio es una variable que a la mayoría de nosotros nos golpea, pero si atienden de la manera como a cada quien nos gusta, haremos un esfuerzo por pagar un poquito más y sentirnos cómodos.
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