Todos conocemos el cuento tradicional de «Pedro y el Lobo» y los que no lo encontraréis sin duda con dos golpes de tecla. Es harto conocido que los cuentos populares son una de las formas más antiguas de transmisión de conocimiento que el ser humano acertó a inventar para evitar que ese conocimiento se perdiera. Hemos de ser conscientes que no siempre ha habido lápiz y papel pero no lo somos, por eso somos egocéntricos y pensamos con gran temeridad que somos el principio y el fin de todo en este mundo. Pero nada más lejos de la realidad. Dejar los cuentos a los niños es condenarnos a perder, por ello hace ya algunos años que existe variada literatura de empresa que aborda los cuentos, los relatos, las aventuras y demás figuras como nuevas formas de mostrar experiencia y ofrecer conocimiento. Pero retomemos a nuestro amable e inconsciente Pedro. Este afable muchacho, pastor de ovejas, que en sus momentos de ocio que no eran pocos, acuñó la idea de asustar, con un inocente engaño a su entender, a sus vecinos aldeanos y con ello divertirse y pasar el tiempo para no aburrirse. Pero no todo el monte es orégano y Pedro se divirtió hasta que un final inesperado le hizo aterrizar, entender su error y adquirir una nueva perspectiva sobre su profesión y el respeto a las personas. Porque como todo cuento tiene su moraleja. ¿Cuántos «Pedros» conocéis en vuestra entorno profesional? ¿No, seguro, pensáis que no hay? No os sintáis culpables por pensar en ello, pensar no está mal, el problema es dejar de hacerlo. Dejadme que haga un breve acercamiento aunque sea a vista de pájaro y hablamos. EL ANSIA DE MANDAR SIN PENSAR. Hoy día se habla mucho del liderazgo natural pero un elevadísimo porcentaje de la pequeña y micro empresa en este país vive sometida al mandato de un jefe. Y un elevado porcentaje de estos jefes se aburren. Sí, no divago, se aburren y con ello someten a sus «aldeanos» a juegos de presión pensando que la ansiedad delegada dará como resultado un mejor ejercicio de la profesión. El famosísimo «esto es para ayer» es muestra de que Pedro mora en la empresa porque pensadlo con frialdad: nada es para ayer, ni para ahora mismo ni para hoy. Cuando el responsable de algo genera a alguien una exigencia que altera la lógica espacio-temporal, estáis ante «Pedro». Y con mucha probabilidad, él debería haber sido parte importante en el posicionamiento a futuro del hito que ahora exige. El problema viene derivado de que somos muy ágiles en inventarnos y defender puestos de trabajo que no existen y convertirlos en posicionamientos de alto rango. El «jefe» es uno de ellos. ¿Os preguntáis alguna vez qué es un jefe? LA SOBERBIA DE QUERER SER MEJOR QUE EL OTRO SIN ESFUERZO. En un mercado altamente competitivo, la competencia profesional como asunción de capacidades es el Santo Grial. Las competencias no se cuentan como los cuentos, se demuestran en entornos funcionales y productivos. El tejido empresarial esconde tantos «Pedros» que gritan «socorro, socorro, que viene el lobo» que cuando alguien, aún sin conocerle, viene a hablarnos del lobo, directamente desconfiamos de él y le relegamos sin validad si hay lobo o no. Es triste que la mediocridad se imponga pero también es muy real. El ser humano tiene una extraña pero innata capacidad de atender a la falacia por encima de la evidencia. Hay profesiones que tradicionalmente son de alta rotación pero hay otras que han virado a alta rotación y se están convirtiendo en tradición, siendo ese uno de los puntos donde flaquean los cimientos del sistema empresarial. El título bajo la tarjeta de visita o la firma del mail son sólo dibujos sobre un lienzo que en muchas ocasiones no nos dicen nada del pintor porque probablemente ni sabe dibujar. Dicen que por la boca muere el pez, más que un refrán es una evidencia y todos estos «Pedros» acaban sucumbiendo por la boca. Cuando arrastras carencia en capacidades, subsistir en entornos productivos es un imposible por mucho que se grite, al final los «aldeanos» acaban cogiéndote la matrícula. MI PRODUCTO ES EL MEJOR Y EL MÁS BARATO DEL MERCADO. Es asombroso como empresas y comerciales de a pie siguen impactando el mercado con esta frase. Y digo asombroso no tanto por ellos, quizás no tienen otro argumento de venta, sino por los clientes que para tomar una decisión de compra se apoyan en tamaña retórica. El mejor y el más barato es una utopía que a todos los consumidores nos gustaría encontrar, pero como tal vive acomodada en el mundo de lo imaginario y quizás, lo imposible. El mejor coche jamás es el más barato ni el coche más barato es el mejor. Y no es una cuestión de apreciación, es poner en patente una evidencia económico-funcional. Y lo curioso, aunque sea por probabilidad estadística sobre el volumen de población, es que muchos «aldeanos» parecen abonados al Día de la Marmota ya que una vez y otra acuden a la llamada de socorro y vuelven a casa decepcionados porque no había lobo, el lobo vivía en Utopía. Pero a la mínima que escuchan la llamada de socorro, vuelven corriendo para echarle el ojo a ese hipotético lobo. ¿Por qué los aldeanos del cuento no acudieron a auxiliar a Pedro al final? Porque aprendieron, se cansaron de ser engañados y decidieron dejar de ser incrédulos. Es cierto que actualmente hay muchos «Pedros» que usan varias herramientas para asegurarse el engaño, pero no es menos cierto que hoy día, más allá del lápiz y papel que comentábamos, nosotros como «aldeanos» tenemos también muchas herramientas para dejar de ser incrédulos e ignorantes. La moraleja del cuento de Pedro y el Lobo es muy clara pero en lugar de pensar en los aldeanos, pensemos en el trago de Pedro, en sus emociones y sensaciones al perder, por partida doble, sus ovejas y la confianza de los aldeanos. Porque no olvidemos que si algo tiene claro el ser humano es el quebranto de confianza y analicemos si queremos ser un «Pedro» más. Ernest Hemingway dijo «la mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él». Sigamos su enseñanza pero seamos firmes, analicemos y detectemos, no importa si es un jefe, un competidor profesional o una promoción, nunca perdamos de vista que detrás de cualquier persona puede morar un «Pedro».
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