No sé tú, pero yo sí estoy harto de las mentiras de los publicistas ( y a veces las publicitarias también me caen bastante mal), esas repetidas, ensayadas, memorizadas y singulares frases que lo único que hacen es sacar del apuro. ¿Cuántas veces hemos estado en juntas, recibido mails, hecho campañas, estado en peloteos o cualquier cosa que involucre básicamente el oficio y llegan los problemas? Que si la idea no es buena, que si no dan línea, que no compran nada, que nadie le dio seguimiento, que bla bla bla y más bla bla bla. ¡Soluciones, no problemas! Cuando se empiezan a utilizar palabras muy rimbombantes (y más los directores, lo juro, lo he visto), palabras muy acá, muy apantalladoras, matadoras pues, algo así: “hagamos un road map”, “procesos, procesos”, “the final meeting and that’s all”, “awareness people, awareness”… infinidad, infinidad de frases creadas por publicistas, para publicistas, puedes saber que estás en peligro inminente de un engaño. Juana, Pancho, Petronilo o zapote, no me importa las palabras que usen, siempre y cuando hagan bien su chamba, porque tenemos maestría en inventar términos y terminologías que ni nosotros entendemos sólo para apantallar, engañar, echar culpas o simplemente huevonear. Las palabras son sólo la punta del iceberg. Existen muchísimos elementos que nos hacen unas finísimas personas, claro, lo que nos salva es nuestra actitud, creatividad y ondita. Si no me creen les dejo un extracto del libro “La inmortalidad” de Milán Kundera, él lo resume bastante bien: «Esos estafadores de la publicidad son como marcianos. No se comportan como la gente normal. Cuando te dicen a la cara las cosas más desagradables tienen el rostro encendido de felicidad. No emplean más de sesenta palabras y se expresan en frases que nunca pueden tener más de cuatro palabras. No sienten absolutamente ninguna vergüenza y no tienen el menor complejo de inferioridad. Esa es principalmente la prueba de su poder».
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