Cuando fantaseo con la posibilidad de ser cliente en el futuro, dueña de mi propia empresa, siempre pienso que sería muy cara dura, una cliente muy exigente a la que no le metan gato por liebre. No pienso ser víctima de las agencias que dedican más esfuerzo a los premios publicitarios que a la efectividad de la campaña; ni de los ejecutivos de medios que solo quieren ganarse la comisión; ni de los egos creativos que no tienen idea de mi negocio. Pero me imagino y pienso: ¡sería igualita a mi peor cliente! Entonces me digo, hay que replantear el concepto. ¡Esta idea no funciona! No quiero repetir mi historia en otros creativos. Entonces por ejercicio y por echarle el indirectazo a algunas marcas, me pregunté cómo sería el cliente de mis sueños: 1) Un buen ser humano. Al cliente se le perdona todo si es buena gente. No tiene que ser el más sociable ni el más carismático, pero sí el más respetuoso, sobre todo con nuestro tiempo y nuestro trabajo. Un cliente que nos mire a la cara y no al computador o al smartphone. Que recuerde nuestro nombre. 2) Exigente. Me parece terrible un cliente al que todo le gusta o le parece bien. Con este tipo de personajes, no hay reto. Aclaro, no se trata de criticar todo ni de pedir cambios por capricho, se trata de tener criterio. 3) Sabe del negocio. Entiende su mercado, conoce su verdadero público (no lo idealiza) y sabe qué quiere (puntualmente). 4) Un cliente con la capacidad de sorprenderse, de emocionarse. Que le brillen los ojos ante una buena idea, que se exprese, se comunique. Odio cuando los clientes se quedan estáticos, sin pestañear. Y nos preguntamos ¿Le gustó o no le gustó la campaña? 5) Un cliente con coherencia de marca. Dice lo que hace, hace lo que dice. No tiene segundas versiones ni se arrepiente de lo que quería hace una semana. 6) Inspirador, apasionado por lo que hace pero no enceguecido por su producto. Alguien realista, que entiende las fortalezas, debilidades y oportunidades de su marca. Que no nos obligue a mentir, a sobrevalorar productos o servicios que no son tan buenos. 7) Valora el trabajo, reconoce nuestro esfuerzo y por eso mismo, no ruega por descuentos que nos menosprecian, ni pide lo que su presupuesto no puede dar. 8) Seguro. No se toma las decisiones a la ligera ni tampoco las piensa demasiado. Sabe que preguntarle a su familia sobre una campaña no es una buena idea. 9) Generoso. Si no lo es con el tiempo, por lo menos con la información relevante. La desconfianza no se puede confundir con confidencialidad (tácita en el gremio). No hay nada mejor que un cliente que nos ve como verdaderos aliados, porque eso somos. 10) Da las gracias y ofrece al menos, un vaso de agua en las reuniones. Sí, nos pagan por lo que hacemos, pero eso no quita la buena educación. Imagen cortesía de iStock
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