Hace unas semanas fui a una entrevista de trabajo. Fue una de las peores en mi vida, no porque me preguntaran muchas cosas que no sabía ni porque la persona que me entrevistó fuera perrísima. Más bien, todo lo contrario: le valía medre. No me acuerdo exactamente de la fecha pero fue un fin de semana de esos en lo que algunas empresas dan el viernes y otras no; en otras hacen guardia, unos se toman el puente (los que tienen más tiempo) y los más nuevos se quedan a cubrir. Esta chica que me entrevistó era de las personas de la segunda opción de la tercera categoría. La nueva de recursos humanos a la que le tocó cubrir al titular del área. Se notaba a diez cubículos de distancia. Yo estaba en la sala de espera, salió, me vio, se volvió a meter. Pasaron diez minutos y por fin volvió a salir. Preguntó por mí, pero no me dijo quién era. Yo al principio pensé que era la recepcionista enojada por tener que ir a trabajar mientras la mayoría de la gente de esa empresa disfrutaba de un fin de semana largo. Cuando llegamos a la sala de la entrevista, me dijo que ella era la persona que me había citado y con quien tenía la entrevista. Más a manera de trámite que cualquier otra cosa, siguió el protocolo acostumbrado: háblame de ti… ¿qué hacías en tu anterior trabajo?, ¿qué estudiaste?, ¿por qué?, ¿cuáles han sido los logros y mayores retos a lo largo de tu carrera laboral?, ¿por qué te gustaría trabajaron con nosotros? Ese tipo de preguntas a las que todos los que hemos ido a alguna entrevista de trabajo nos hemos enfrentado. Como dije, nada fuera de lo normal, nada espectacular, nada de nada. Nada de atención. Ahí fue cuando me empecé a enojar. Al principio pensé que sus comentarios sobre el tráfico y lo vacía que estaba la ciudad ese fin de semana eran parte del ritual para romper el hielo, de la plática, una chit chat bien coyuntural… Pero no, en realidad, cuando noté que mientras le respondía tomaba su celular, seguramente para ver los mensajes de sus amigos que estaban armando planes mientras que ella tenía que entrevistar a este cabrón, me di cuenta que eran una especie de lamento por ser a la que le tocó cubrir el área. Durante la entrevista de menos de veinte minutos revisó su celular varias veces e incluso tomó una llamada; salió de la sala y me dejó esperando varios minutos. Regresó, continuó con el ritual y terminamos con el protocolo de una empresa medianamente decente: muchas gracias, pasó la información y nosotros te informamos en cuanto sepamos si tu perfil es, o no, el que buscamos. Justo al salir de la entrevista me di cuenta. Todas las empresas, al menos las que se dignan de tratar de hacer las cosas bien, capacitan a su personal de ventas y de atención al cliente para dar una buena impresión ante los clientes y clientes potenciales. Pero por lo que viví durante la mencionada entrevista, me di cuenta que en este lugar no extendían esa práctica a sus elementos de recursos humanos. Probablemente en muchas empresas no lo hacen porque, al menos en México, la gente generalmente está dispuesta a todo con tal de conseguir trabajo. Pero… ¿qué tal si la persona que va a una entrevista es alguien que sí tiene trabajo en una empresa en la que está contenta?, ¿y si no está tan desesperada? Entonces una persona con mala actitud ya le dio una visión muy mala de ese lugar. Ya le hizo ver que es un lugar en el que no está feliz, en el que no se preocupan por la gente, donde no le ponen atención y en el que prefieren ver su celular que escucharlos. Como cualquier persona que va a un negocio y sufre una mala atención por parte de la persona de la caja, del área de mesas, de atención telefónica o de piso, alguien que acude a una entrevista de trabajo y vive una mala experiencia es alguien que se lo va pensar dos veces para regresar a ese lugar, aunque sea a trabajar, aunque la empresa tenga un buen nombre. Es alguien que probablemente le dirá a otras personas que en ese lugar tratan mal a la gente y que no le recomienda trabajar ahí; que si tiene otra oportunidad de trabajo, seguramente la va a tomar para evitar tener que ser parte del mismo equipo de la persona que no le hizo caso en la entrevista. Esta experiencia es una prueba de que hoy día todo cuenta. Tanto la atención que le das a tus clientes, proveedores, sociedad en general y a las personas que consideras podrían ser parte de tu equipo. Hoy, cada persona representa la imagen de tu empresa ante todos con los que tiene contacto a nombre suyo. En este caso hablamos de una persona de recursos humanos, pero puede pasar a cualquier nivel: un ejecutivo, gerente o director pueden hacer lo mismo y con consecuencias mucho más graves, en lugar de perder un candidato podrían perder una cuenta o un cliente. Ya no basta con capacitar al cuerpo de ventas y de atención a clientes; ahora para mantener la buena imagen de una empresa y la consistencia de branding, la identidad, es necesario que todos en sus relaciones profesionales sigan la filosofía del lugar en el que trabajan. AUTOR Jorge Méndez Soy de acción pero no figura, hombre. Zurdo, géminis, defeño. Me gusta la comida, los zombis, la foto, el video, correr, la bici, la escalada y el surf; aunque cada vez que voy a la playa tengo que volver a tomar la misma clase para principiantes… Confírmalo en Twitter e Instagram @Pollo_Pip3n Imagen cortesía de iStock
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