No dudo que el resultado estadístico a una encuesta masiva sobre la cuestión «¿Quieres trabajar gratis?» sería uno de los más sorprendentes de la historia. Me aventuro a decir que si los encuestados fueran sinceros podríamos acercarnos al 100% del NO, teniendo en cuenta que el porcentaje máximo es muy poco probable en cualquier muestreo. Gratis, palabreja con tintes de palabrota. Eufemismo en muchos casos del «no tengo vergüenza alguna y te voy a estafar». Porque trabajar gratis para alguien, y dejémonos de filosofías y maquillajes sociales, es una estafa por parte del que recibe el trabajo. Porque el trabajo nace de la necesidad de obtener remuneración para poder vivir con dignidad. El verbo remunerar viene, en escalada etimológica, del latín remunerari que significa dar un presente de vuelta a cambio de algún servicio. Todos tenemos claro en retina y mente que trabajamos para cobrar si damos un tinte aséptico y pragmático. A partir de ahí, todo lo que queráis. No olvidemos que a cambio ofrecemos a un tercero una tercera parte de nuestra vida. ¿Pero de dónde proviene el ansia existente del gratis? Porque en realidad nada es gratis. El que piense que lo que se le regala en una promoción de compra es gratis, vive obnubilado por la promoción misma. Y el gratis tiene una característica que aúna el egoísmo más descarado con la desfachatez más flagrante. Los que nos dedicamos desde hace ya algunas décadas al diseño, sea gráfico o web y más recientemente el marketing digital y emocional hemos sido testigos de cargo de los adjetivos del gratis. Para ser más exactos y justos, de los adjetivos de los que nos quieren estafar. La prueba el algodón es muy simple. Propuesta al cliente potencial: «sabes qué, hazme dos o tres pruebas de la imagen corporativa y las vemos, que para ti es un momento hacerlo. Si elijo una me haces la factura» Una negativa por mi parte a ese planteamiento de trabajar de gratis, condicionando el primer trazo de la imagen a un pago anticipado es, probablemente, una negativa al instante con una ampliación en el tiempo de decisión del cliente, muchos de los cuales caen casi en pocas horas en una especie de hibernación permanente. Mi propuesta de vuelta: «sabes qué, déjame ese par de zapatos del expositor y los llevo una semana, si me van bien te los pago en efectivo. No te cuesta nada meterlos en la caja». Es probable que las risas del cliente empresario de comercio, por poner un ejemplo, se oigan desde los comercios vecinos. ¿Hasta qué punto llega mi ignorancia? ¿Cómo se me ocurre no pagar por llevarme unos zapatos? Curioso, verdad, porque ejemplos como éste, a mares. ¿Por qué la única opción viable que tengo de ver una película en el cine o de firmar la hipoteca de mi casa es pasar por caja? Porque es lógico, verdad. Pago y me dan algo a cambio que deseo o necesito. ¿Por qué todo lo que tiene que ver con ordenadores, diseño gráfico o web y una lista de disciplinas similares se antojan simples y sencillas de hacer? Ojalá se firmase un contrato de proyecto por cada vez que se ha escuchado «¿cómo, me cobras por hacerme un Facebook?, pero si eso lo hace mi hijo con la izquierda». Es fácil imaginar que en ocasiones, aunque uno lleve un cuarto de siglo consumiendo interacciones neuronales en la empresa, siga siendo superado por la ignorancia elevada a su máxima potencia: la desacreditación como profesional con la ignorancia como sustrato. Waye Dyer, afamado psicólogo y escritor dijo «tu nivel más alto de ignorancia es cuando rechazas algo de lo cual no sabes nada» Porque la ignorancia puede llegar a ser hasta peligrosa y para muchos es muy fácil menospreciar e incluso negar el valor del trabajo ajeno a pesar de tener como sagrado el valor del suyo propio. Si ese posicionamiento no es por ignorancia, entramos ya en terrenos donde la premeditación afea y complica la situación. Muchos deberían leer a Antonio Machado para adquirir conciencia de su famoso y dogmático «Todo necio confunde valor y precio». Es físicamente evidente cuando alguien te reclama un todo gratis que sus ojos te hablen sobre el nivel de ignorancia que tienen sobre tu trabajo. Pero seamos serios, casi con total certeza es el mismo nivel de desconocimiento que uno tiene sobre el suyo, de ahí que a muchos jamás se nos ocurriría proponer una semana de uso de los zapatos del expositor. La crisis, por contra a lo que podría haberse intuido, nos ha traído el gratis con una intensidad que probablemente jamás habíamos sentido ya que las épocas de carencia generan demandas desesperadas. Porque no todos los profesionales ni empresas tienen un nombre en el mercado ni un mercado hecho pero todos tienen derecho a trabajar a cambio de una remuneración. La necesidad y el deseo son dos sensaciones humanas que provienen siempre del conocimiento sobre lo que se desea o necesita y con ello volvemos a Waye Dyer, cuando no se quiere demostrar desconocimiento y se ataca con descrédito se llega al máximo nivel de ignorancia y, lo que es más grave, se permeabiliza y sale a luz. Y sí, lo sé, frases como «pero es que tienes que ponerte en valor» o «bueno, hazlo y luego se lo cobras, ¿qué problema hay?» nos indican que sus emisores no vislumbran, al hacerlas, donde radica el problema. Porque, ¿A quién te quejas sobre el coste de la entrada cuando la película no te ha gustado? Es algo que ni está en mente, verdad. Quizás este ejemplo tan coloquial, tan bajado a tierra sea un referente muy válido para entender que para apreciar lo que hacemos debemos entenderlo en cierta medida. Pero si acabamos de ser honestos nos queda, como siempre, el sentido común. Y ese sentido que a pesar del manido refrán lo tenemos todos, en mayor o menor grado, es el que me permite pagar al mecánico de mi coche cuando me da la factura y me enseña una pieza que podría ser de una nave alienígena porque, e verdad, no entiendo nada de mecánica pero entiendo el valor de su trabajo. Todos somos humanos por igual, todos somos ignorantes en muchas cosas y todos tenemos capacidad para aprenderlas por ello es inadmisible que nos sigan embaucando con el todo gratis los que no quieren apuntarse a la tercera obviedad. Es suficiente. Cambiemos el ser marginado por trabajar gratis por el marginar el todo gratis. Porque en definitiva, cuando uno tiene necesidad de ser remunerado a cambio de un trabajo, y somos casi todos, la única alternativa que tenemos es rechazar el trabajar de gratis.
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