Esta semana les traigo algunos ejemplos para explicar por qué estoy en contra de los enchufes, apadrinamientos y otras malas costumbres que te obligan a trabajar con personas que no están preparadas ni quieren estarlo. Aunque claro como dicen por ahí, cualquiera puede ser publicista. Lunes: – ¡Ay tengo un problema gordo! ¡Me han desaparecido los e-mails! ¡Está todo vacío! ¡Qué fuerte! ¿Qué hago ahora? – Llama a los informáticos. – ¿A quién? – Llama a Steve Jobs -contesto distraida mientras respondo a un e-mail. – ¿Ese dónde trabaja? ¿Es guapo? – ¿Has escrito bien la contraseña? – ¡Uy la contraseña, que hay que ponerla para entrar en el e-mail! – Definitivamente de las dos personas que estamos en esta sala, soy yo la que tiene el problema. Martes: durante el pitch ella se sube la minifalda y se deja caer sobre la mesa con la mirada lánguida chupando el bolígrafo sin perder de vista al director creativo que intenta convencer a los clientes. Él solo tiene ojos para los trajeados de corbata así que al final de la reunión ella suspira: – ¡Ay qué lástima con lo mono que es y gay! ¡Ni me miró! – Ehmmm…está casado y tiene dos hijos. Miércoles: repasando y haciendo la valoración del pitch. – ¿A ti no te ha pasado que ves a un chico que te impone y no te atreves? – ¿Seguimos hablando del director creativo? – Bueno, no porque si es gay pues nada, pero el otro chico del traje así con pinta de jefazo era muy mono. ¡Ay, tenía que haberle dicho algo para quedar, pero no me atreví! – Es lo que tiene trabajar en una agencia de comunicación y no en Tinder; aquí los clientes no suelen venir buscando pareja. Aún quedan dos días para que termine la semana, así que la lista de razones para trabajar con un enchufado probablemente aumentará. ¿Alguno de ustedes quiere colaborar añadiendo algo de sus experiencias con apadrinados? Imagen cortesía de iStock
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