En publicidad, existe el mito de que los Creativos son desorganizados y los de Cuentas no. Por supuesto, esta afirmación está lejos de ser una verdad incuestionable. Todos conocemos ejemplos de lo contrario: creativos metódicos y cuentas caóticos. Para el trabajo creativo en particular, yo creo que no está nada mal incorporar rutinas, hábitos, costumbres, incluso rituales, que ayuden a recorrer el camino hacia una buena idea.Todos tenemos algunos de estos hábitos, aunque a veces nos cueste reconocerlo: intercalar con precisión horas de trabajo y momentos de break, la infaltable taza de café, la lapicera con la que garabateamos “puntas”, la música apropiada, el silencio necesario, el bloc de hojas grande o pequeño en el que intentamos ordenar lo que pensamos cuando tenemos la suerte de que se nos ocurre algo. Para muchos, el éxito en cualquier emprendimiento, y más aún en el terreno creativo de cualquier tipo, requiere entrenamiento sostenido y una rutina diaria fija. Y no debe haber en el mundo dos personas creativas que respeten los mismos, exactos hábitos. Hace poco me tropecé con un interesante artículo extraído del sitio Daily Routines, que detallaba las rutinas de varios escritores muy famosos. Si bien hay ciertos parámetros básicos en común, sus hábitos de trabajo son tan diferentes como sus obras. Y está muy bien enterarnos de esos hábitos, ya sea para reconocernos en ellos (ojalá) o para intentar reproducirlos en busca de un gran resultado. A ver:
- Stephen King es un escritor prolífico como pocos. Y también genial como pocos, si se me permite la subjetividad. El hombre tiene sus hábitos para escribir: “Siempre me siento a hacerlo entre las 8 y las 8:30 de la mañana, con un vaso de agua o una taza de té”. Hay ciertos elementos que para King son imprescindibles, como “mis vitaminas y mi música; además me ubico en el mismo asiento y todos mis papeles están ordenados del mismo modo”. Todo esto no es solo hábito o rutina, sino que cumple una función específica. El maestro asegura que “el propósito de hacer estas cosas de igual manera todos los días es una forma de decirle a mi mente que ya está lista para empezar a soñar”.
- El japonés Haruki Murakami, permanente y merecido candidato al Nobel de Literatura, incorpora a su rutina su otra pasión: correr. Cuando está escribiendo una novela, se levanta a las 4 de la mañana, escribe durante 4 o 5 horas, luego sale a correr 10 kilómetros o a nadar 1.500 metros (o ambas cosas) y finalmente lee y escucha algo de música; se acuesta a las 9 de la noche. Murakami asegura que hace esto todos los días y sin variaciones, ya que “la repetición es lo importante, es una forma de hipnotismo: me hipnotizo para alcanzar un estado más profundo de la mente”. Para lograrlo, necesita fuerza mental y física. En ese sentido, sostiene, “escribir una novela larga es como un entrenamiento de supervivencia”.
- Los dos autores ya mencionados cuentan con la ventaja de la dedicación exclusiva. No era este el caso de Franz Kafka, quien tenía un trabajo con turnos de hasta 12 horas en una compañía de seguros. Cuando lo ascendieron, sin embargo, comenzó a trabajar en turnos de 6 horas, de 8:30 a 2:30 PM. ¿Qué hacía Kafka? Almorzaba hasta las 3:30, dormía la siesta hasta las 7:30, hacía ejercicios físicos, cenaba con su familia, y recién después, alrededor de las 11 de la noche, escribía. Lo hacía hasta las 2, 3 y a veces hasta las 6 de la mañana (según él, esto dependía de “mis fuerzas, mis ganas, la suerte”). Cuando terminaba, le quedaba un esfuerzo más: poder dormir algo antes de ir a trabajar. Su novia Felice Bauer le sugirió que buscara maneras más saludables para escribir, a lo que Kafka respondió: “La única manera es la actual; si no la soporto, peor, pero de algún modo la soportaré”. Así lo hizo pero no por mucho tiempo: murió de tuberculosis a los 40 años.
- Las rutinas, lo sabemos, no tienen por qué ser siempre medidas o saludables. Y hay famosos autores que lo confirman. El francés Jean Genet, por ejemplo, trabajaba doce horas al día cuando estaba enfrascado en un proyecto; cuando lo terminaba se pasaba seis meses sin hacer nada de nada. Hubo otros con hábitos peores, como William S. Burroughs y Hunter S. Thompson, quienes parecían incapaces de producir obras si no estaban borrachos/drogados. Pero hasta un escritor en apariencia más moderado como W.H. Auden tragó anfetaminas todas las mañanas durante 20 años, y equilibraba sus efectos tomando somníferos cuando necesitaba dormir. Auden decía que su adicción era un “sistema de ahorro de trabajo en la cocina mental” (!) pero agregaba que “estos mecanismos eran muy crudos y tendían a lastimar al cocinero”.
Como habrán visto, algunos de estos hábitos son recomendables y otros no tanto. Lo mejor, en todo caso, es que cada uno desarrolle uno propio –siempre y cuando esté convencido de su necesidad. Desde luego, esta nota es escandalosamente insuficiente; si quieren conocer más hábitos y rutinas de escritores, artistas y “gente interesante” (así la define el sitio) dense una vuelta por dailyroutines.typepad.com. Espero que les resulte tan útil y apasionante como a mí. (Fuente: Open Culture)
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