Aída es un ópera compuesta por Giuseppe Verdi alrededor de 1871; narra la trágica historia de una princesa etíope que, siendo esclava en Egipto, se enamora de un gran comandante; amor que es correspondido y que despierta los celos y la envidia de la hija del Faraón, quien decidida a acabar con la relación, termina condenándose a la soledad perpetua, mientras que los enamorados compartirán el resto de la eternidad. Pero seguramente a usted, el término AIDA le recuerda a la fórmula clásica publicitaria, que estima que en una campaña debe haber una escala que el cliente debe subir a medida que se va incursionando en la compleja trama psicológica de éste, el cual inicia con un breve llamado de Atención, seguido de un pronunciado énfasis para despertar el Interés y una notoria aproximación para invitar al Deseo, para que finalmente se produzca la Acción conclusiva: la intención determinada a comprar. Sin embargo, ambas se componen de cuatro actos, en ambas el proceso inicia con la inquietud de quien busca la conquista, también en las dos Aídas esta fase lleva a la siguiente, una declaración frontal que despierta la ansiedad, luego encontramos que tanto en una como en la otra hay un momento para decidir en mitad de la incertidumbre; se vive un estado de angustia, es urgente escapar para finalmente caer presas del pánico, cediendo totalmente ante el impulso que ha despertado por medio de la pasión. Como verá, una ópera sencilla explica con total congruencia ese proceso psicológico que termina en la compra, porque a diferencia de lo que ocurre en esa ópera, trágica, sin duda, los personajes que intervienen en el proceso persuasivo no activan el miedo negativo sino que lo hacen de forma positiva; necesitan apelar a ese instinto, el de perderlo todo para poder atraer un seguro comprador, de otra forma habría tiempo para después y sabemos que eso no es verdad; un anuncio publicitario es una llamada de alerta, una advertencia, como bien lo sugiere el término en inglés. Las fases del miedo activadas en Aída, la ópera, conducen a los protagonistas a una muerte segura, pero al comprador, AIDA le proporciona las herramientas para salir velozmente a comprar ese producto que necesita o quiere tener; comienza por liberar a la inquietud inicial del factor incertidumbre y obtendrás Atención; luego suministra la información precisa, ni más ni menos y en vez de ansiedad tendrás Interés, acto seguido brinda un aspecto que motive, que brinde confianza y tendrás Deseo con convicción en vez de la trágica angustia que causa desolación y finalmente cierra con un final en el que involucres al cliente como el elemento determinante y convertirás el pánico que viven Aída y su amante antes de compartir por siempre el sepulcro en Acción, organizada, decidida. La publicidad no busca ser trágica, no conduce ni manipula los hilos de las personas para revivir dolorosas experiencias ni atrae a la perdición; no puede ser un instrumento ilusorio, no puede basarse en el engaño, no es una consecución de fantasías, es una aproximación a una realidad, un acercamiento en forma de susurro que pretende dar, en clave de signos, señales de una oportunidad que no se puede desaprovechar; por tanto, no pueden compararse las campañas de aquél comandante Radamés con las de los creativos que actúan en esta AIDA; una opera para la felicidad.
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