Mis años de colegio me sirvieron de trampolín para sumergirme en el universo de las letras, los puntos, las comas, los paréntesis y los párrafos. En ese entonces no sabía que la mayor parte del trabajo que hago hoy se basaría en ese mundo conocido y desconocido a la vez. Es conocido porque expresarme a través de las letras se me hace fácil, útil necesario y vital; es desconocido porque a veces se me esconde algún signo de puntuación, destruyendo el contenido que redacto. De eso es lo que quiero escribir hoy, del momento en que los signos de puntuación hacen su huelga y me abandonan. Cuando una tílde se me escapa, cuando una coma me hace estorbo y la obligo a partir, cuando un punto y seguido me presentó su hoja de renuncia y desaparece del país, es cuando me doy cuenta que en el universo de las letras uno tiene que andar con mucha atención y cuidado. ¿Que si soy buena para darme cuenta cuando alguno de estos signos desaparece? Respondo con un rotundo ¡No! Es por eso que de un tiempo para acá, reviso con entusiasmo y dedicación cada contenido que redacto, hago las paces con la coma y la tílde, les doy atención, cariño respeto y el valor que se merecen, para que tanto ellos como yo lleguemos a un acuerdo. Cuando se escribe para marcas, es vital tomarse un tiempo para encontrar la inspiración extraviada y calmar los nervios. Así de sencillo. Si se pierde la alegría por escribir, y ya no se vuelve vital, pasional y necesario, sino todo lo contrario, -mecánico-, es donde nosotros mismos hacemos que los signos de puntuación desaparezcan. En los meses que llevo en la agencia, me he dado cuenta que necesito tiempo para que mi mente vuelva al ritmo con que inició. Al tomarme este tiempo, le doy un respiro a las ideas, a mi cerebro, a los signos y a mi alma. Al momento de volver, ahora ya relajada, es cuando todo vuelve a fluir. ¿Como le doy tiempo a mi mente? Haciendo otras cosas que me gustan y me apasionan de igual manera. Una buena plática, un delicioso café, una buena lectura y la compañía de los seres queridos.
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