La gran mayoría de la publicidad que he visto por estos días le hace fuerza al estilo de vida y al “fortalecimiento” de una personalidad que dice ser original, pero que guía a muchos a ser iguales. Somos susceptibles a los millones de mensajes que nos tocan diariamente, pero realmente ¿que nos importa? ¿Se han puesto a pensar que han comprado muchas cosas que no les sirven, no les gustan o no les interesan? ¡Bingo! Lograron convencernos racional e irracionalmente de que nos gustan ciertas cosas cuando no es así, hicieron de nosotros seres no pensantes que andan como ovejas y llegan a hacer parte de la gran masa que compra el mismo celular, los mismos tenis y la misma hamburguesa. ¿Qué tan ética es la publicidad? La cuestión no está en responder la pregunta, sino en darse cuenta de quién es la culpa de este desastre: ¿del publicista?, ¿del diseñador?, ¿del ejecutivo?, ¿de la agencia?, ¿de los medios?, ¿del cliente?, ¿o de la misma audiencia? Yo voto por los cuatro últimos, porque son quienes a la final disfrutan del negocio y quienes obtienen grandes rentabilidades. Pero tranquilos, yo también creo que la publicidad es linda y tiene el don de cambiar el mundo… Solo basta encontrar un gran respaldo económico y bien posicionado que le invierta a la humanidad, a la salud, a la paz, a la calidad de vida igualitaria y a mejor educación. La ética de la publicidad nunca dependerá de nosotros como creativos, sino del cliente que apruebe y haga mil cambios sobre lo que previamente había firmado… Este es un lindo campo, pero hay que saber surfearlo para esquivar lo que muchas veces nos intoxica y nos trata de apagar. Imagen cortesía de iStock
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