Tristemente nunca resultó más cierta la frase del soldado del PRI, Emilio Azcárraga Milmo, sobre las audiencias de la televisión abierta. El resultado se muestra de manera contundente en las cancelaciones de programas en TV Azteca o la salida del aire de un canal de televisión completo, como sucedió con Cadena 3. Los Romagnoli y Gustavo Adolfo Infante ya no tienen cabida en la televisión abierta porque a pesar de los puntos pocos o muy pocos puntos de raiting que generen, lo cierto es que estos son como si no existieran para los anunciantes. A la fría realidad del negocio no le importan estas masas carentes de poder adquisitivo que son capaces de consumir cualquier bazofia que las televisoras les pusieron en la pantalla, al no poder optar por los contenidos de la televisión de paga o porque su analfabetismo digital que les impide acercarse a las nuevas tecnologías. Para este último grupo un teléfono celular es simplemente un teléfono. Más llamativo y más caro, para ellos a pesar de tener los smartphones de última generación son incapaces de entender los alcances del aparato que tienen en sus manos. En la última década las televisoras abiertas en México optaron por una programación simplicista, amarillista y barata que conforme se han popularizado los sistemas de paga y el consumo de contenidos en Internet tiene audiencias cada día menores, lo que repercute de forma directa en la inversión de los anunciantes. A lo largo de diez años los dueños de los canales de televisión olvidaron cual era el negocio detrás de su negocio y apostaron por presionar de manera feroz desde su mal llamados espacios informativos a políticos y empresas. No olvidemos a López Dóriga en contra de López Obrador o a TV Azteca en contra de Banamex. Los dueños de las televisoras consiguieron crear negocios mucho más jugosos gracias a sus medios, bancos, equipos de futbol, empresas de venta de enseres domésticos, puestos políticos y en el gabinete de los diferentes presidentes. De esta manera el generar espacios interesantes para tener audiencias e inversión por parte de las marcas paso en segundo o tercer plano. Frustrados por no poder saciar su avaricia, de pronto los dueños de canales de televisión se enfrentan a una realidad, cada vez tienen menor audiencia, no solamente porque la gente vea menos sus producciones, sino porque cada vez menos gente con poder adquisitivo es la que sintoniza sus canales. Sólo aquellos que no tienen alternativa de consumo se sientan frente a las pantallas de la televisión abierta privada. Los espacios informativos han perdido su poder de presión y hoy los acuerdos entre los dos poderes; el político y el de los medios se discute de manera directa tras bambalinas en las oficinas de unos y otros. Los noticieros en general gozan de los peores raitings de cualquier canal abierto en México. Perder audiencia es perder negocio. Hoy vale la pena que todos los involucrados en el negocio de la televisión abierta se planteen las preguntas acerca de cómo piensan sobrevivir en los años finales del medio y sí es el negocio de la señal abierta lo que realmente les interesa. Pronto veremos tanto a Televisa, como a TV Azteca tomar con seriedad, aunque con mucho retraso a Internet, cuando Netflix, Clarovideo, Hulu, Amazontv, y Unotv entre otros están ya muy bien posicionados. Tanto TV Azteca como Televisa cuentan con el talento interno para contar nuevas historias y poner en línea contenidos que por fin se deshaga de todos los mercachifles, sobre todo extranjeros, que vinieron a venderles espejitos y cuentas de colores a los directivos de los canales. Las televisoras abiertas se encuentran en la encrucijada de crear realmente una alternativa en materia de contenidos para ganar a las nuevas audiencias que no solo están contenidas en las fronteras del país sino pueden alcanzar trascendencia global, que sean atractivas para los anunciantes que los han abandonado o deben estar dispuestas a sucumbir en los brazos de los jodidos a los que tan despectivamente se han referido siempre. Imagen cortesía de iStock
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