Todo el que trabaje en publicidad sabe que de los pedidos más engorrosos es hacer un jingle. Por un lado porque es muy “old school” y por otro porque en el mundo de la síntesis en el que vivimos, habrá tiempo si acaso para un sonologo o un audiotipo. La verdad es que a mí sí me gusta hacer jingles, sencillamente porque la forma más certera de saber si una publicidad es buena, es que le guste a un niño y a los niños les encantan los jingles. Claro, los niños no cuentan con la información colateral para saber muchos de los referentes que utilizamos en nuestras piezas, pero sí saben diferenciar si algo es divertido o no. A medida que uno pasa muchos años en el negocio es fácil extraviar el camino y muchas veces olvidamos hasta por qué llegamos a él. Puede que lleguemos a pensar que lo único importante es vender o si somos lo suficientemente egocéntricos, que lo único importante es ganar premios, pero acaso ¿recuerda por qué quiso ser publicista? Hace poco vi la conferencia que dio en Cannes Amir Kassaei, Director Creativo de DDB Worldwide. Me identifiqué con muchas cosas de las que dijo, pero particularmente con la frase “¿Cuándo fue la última vez que le dijo a su hijo: Hijo, estoy muy orgulloso porque me gané un león de bronce en la categoría Promo + Activación en Cannes y su hijo se volvió loco?”. Me encanta esta frase, porque en su cinismo encierra todo lo que representa el despropósito en el que podemos llegar a caer en nuestra industria. Yo llegué a la publicidad porque desde que tengo uso de razón me gusta hacer cosas creativas y cuando era niño, me fascinaban los jingles de Coca Cola. Ciertamente aunque no me he ganado un Cannes (aún), los jingles que he hecho les encantan a mis hijos y ese es el mayor premio que me pueda ganar. Imagen cortesía de iStock
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