Si el título del post puede sonar curioso, imaginad vivir en un mundo donde la gente piensa poco. ¿Os lo imagináis? Un mundo donde tienes un compañero de trabajo que no empieza a trabajar hasta que el jefe aparece por la puerta o hasta que ha terminado de ojear su periódico deportivo preferido. Un mundo donde las personas disimulan y desvían la mirada ante la pregunta “¿quién es el responsable del error?”. Un mundo donde un profesional contrata a otro por sus capacidades para que le ayude como personal a su cargo y luego le penaliza e inmoviliza por el mismo motivo viendo que es más capaz que él mismo. Pensar es lo que nos coloca en la cima de la escala evolutiva actual y nos sitúa a mucha distancia de nuestros inmediatos seguidores. Tanto que hemos sido capaces de dominar el mundo, o eso creemos ya que de vez en cuando, un huracán o una epidemia nos recuerdan que algo delicado como el aire o ínfimo como un virus nos sobrepasa por mucho, por demasiado. Porque esa capacidad maravillosa de razonar nos convierte en muchas ocasiones en irracionales y encuadrados en determinadas situaciones, parece que pensar es improductivo. Situaciones como las antes citadas, que todos conocéis de sobra, son ejemplos manifiestos de ello. Uno de los casos más recientes de desidia con los que me he encontrado es el reflejo que tienen muchas empresas de cómo deben usar las redes sociales. Más que reflejo diría que es un espejismo ya que llegados al punto de contacto real se dan cuenta que en realidad no hay agua. Todos somos conscientes de lo que nos aporta una red social a nivel personal y de lo que podemos lograr con su uso a nivel profesional. O así debería ser. Las redes sociales son una herramienta más en un mundo globalizado y conectado, donde tenemos información al instante y un gran potencial para generar visibilidad en las cosas que nos interesan. Pero como toda herramienta tiene su libro de instrucciones para consultar y si se maneja con alevosía o despreocupación, la cosa puede salir mal. Es una vía de gran valor para empresas que no pueden competir con otras por tamaño pero si por creatividad, una estrategia de crecimiento si sabemos enfocarla y un catalizador para nuestro negocio. Pero aun así, con todas sus ventajas, hay que pensar un poco, que cuesta muy poco. Es verdad que somos un país de facilones, un lugar donde mientras haya bares, una selección de fútbol, máquinas tragaperra y demás artilugios de ocio, programas de televisión aireadores de las miserias de la gente o famosillos de pega que viven del fruto de una noche de locura con otro famosillo de menos pega, es difícil que la brújula de la evolución y el crecimiento humano deje de rotar descontroladamente como si hubiera perdido la orientación de los polos magnéticos. Y por eso vamos, una vez más, a lo fácil. ¿Y qué es lo más fácil? Tener redes sociales porque hay un clamor popular que dice que hay que tenerlas. Y muchas empresas, y no sólo las pequeñas, se tiran a la aventura de entrar en este mundo sin entender que estamos hablando de contenidos, que deben ser de valor, orientados a un público objetivo que debe tenerse en cuenta de antemano y curados con calidad para ser degustados por ese público hasta convertirlo en subjetivo. ¿Generar contenido es fácil? Para empezar nada es fácil, lo que hacemos más fácil es usar esa palabra pero en realidad cualquier cosa, por simple que sea, necesita de conocimiento. Escribir contenido es como dibujar, no se le da bien a todo el mundo. Pero Internet es un gran saco. Si alguien no sabe dibujar jamás se le ocurriría presentarse a un concurso de dibujo, ¿pero escribir en Internet? Y por qué no. Y aquí es donde entra la capacidad de pensar, abrazar el sentido común y entender que las redes sociales son engranajes que nos permiten rodar hacia nuevos clientes y que el aceite con el que los lubriquemos debe ser de calidad si queremos que la maquinaria rinda al máximo para obtener así nuestros objetivos. Pero no, si ojeamos con un poco de interés vemos que en las rede sociales de mayor repercusión, muchos de los contenidos aportados por empresas son irrelevantes, con una orientación errónea, basados en lo que hacen sus competidores sin entender que copiar en este caso no es funcional o imitando sus propios perfiles personales. En una palabra, no es buena idea hacer para estar sin entender que es el estar el que depende del hacer. Si la premisa de valor no se tiene en cuenta, las redes sociales pueden ser un arma de doble filo. Y una vez más acudimos al no pensar. Las empresas suelen asesorar a sus clientes en la adquisición de sus productos o servicios ante una carencia de conocimiento sobre los mismos. Pero a la vez piensan que puede desarrollar un plan de marketing de contenidos en redes sociales por su cuenta, como si su negocio fuera lo suficientemente importante para necesitar asesoramiento pero el social media careciese de interés o fuera un juego de adolescentes aburridos. Esta dinámica de pensamiento, largamente extendida, es de urgente tratamiento porque las redes sociales se están llenando de materia oscura inservible, de la que ni siquiera reacciona cuando se encuentra con ella misma. Caer en esa desidia funcional es abocarse al desastre y es muestra de falta de sentido y sensibilidad profesional, ya que se están negando la ayuda que ellos mismos entienden como necesaria cuando su cliente está en frente. Pero sobre todo porque lo que generamos en las redes sociales tiene un objetivo humano y conceptual: hacer que las personas sientan que nuestros productos y marcas son idóneos para ellos y que somos nosotros sus mejores asesores. Cuando tenemos frente a nosotros una carretera recta, es estúpido ir cogiendo atajos porque ninguno será más eficiente que seguir el camino en sí. Las redes sociales son grandes aliados de nuestras empresas y para entenderlas, sólo es necesario pensar un poco ya que cuesta muy poco.
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