No olvido la década dorada de los 90´s, siendo niño y sin tener conciencia plena de existencia; aún recuerdo aquellos comerciales que alegraron mi infancia. Sin tener noción del concepto “publicidad”, era amante de los comerciales que servían de entretenimiento mientras esperaba con ansias mis caricaturas favoritas. Aquellos comerciales donde invitaban a visitar el restaurante, porque las técnicas de mercadeo no habían evolucionado tanto para apostar por el servicio a domicilio. También recuerdo los anuncios navideños, especialmente donde el señor barrigón con traje rojo, bebía la gaseosa más famosa del mundo. Todo aquel imperio de hamburguesas construido por el payaso vestido de amarillo y rojo, es digno de recordar. Miles y miles ideas han recorrido un viaje a través de mis neuronas, algunas de ellas buenas y otras pésimas, algunas recordadas y otras desechadas. Así es la publicidad, es buena o es mala, pero nunca a medias. Nunca imaginé que existiría un mundo paralelo al mundo real, donde la imaginación es el combustible que permite viajar en el infinito mundo de las ideas. Nunca imaginé poder ser parte de este mundo, donde las ideas son el pan diario, donde el cliente es el dueño del espacio y el consumidor quien controla el universo. Tampoco imaginé, que algún día me fuesen a dar un lápiz y una hoja en blanco para plasmar ideas tan sencillas, pero con efectos poderosos. La publicidad me ha enseñado mucho; a ganar a perder, pero sobre todo a vivir. Día a día me levanto pensando en que haré hoy para vivir mañana, y no ser igual que ayer. Luego de 24 años, una incógnita corroe mi pensamiento, instaurándome en una pregunta vital sobre mi existencia publicitaria, ¿Qué me ha dejado la publicidad? Algunos podrán decir que la publicidad les ha heredado fama, fortuna, amigos, premios o un sin fin de beneficios, pero, para mí; la publicidad ha trascendido mis horizontes expectativos. Me ha dado una experiencia de vida, que todo el dinero de las marcas podría comprar. Me ha enseñado que la verdadera PUV, no está en lo que ofrecen las marcas, sino en el esfuerzo que el publicitario hace día a día por amor a su profesión. Me ha enseñado que los verdaderos premios no están bañados de oro, sino en las alegrías del consumidor y sonrisas del cliente. También me ha enseñado que los publicitas no enamoran; persuaden y que el verdadero amor es llamado “lovemark”. La publicidad me ha enseñado a usar el arma más poderosa del mundo; las palabras. Me han enseñado a vivir sin miedo a nada. Aunque el mañana no llegue, el futuro lo vivo hoy. Gracias publicidad. Imagen cortesía de iStock
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