“Lo cortés no quita lo valiente” decía mi sacrosanta abuela, y creo que tenía mucha razón. Hace algunos días estaba haciendo fila en un banco para realizar un trámite, la fila era interminable, una señora le hizo una pregunta a una de las ejecutivas y ésta le contestó que no podía ayudarla, la persona le contestó de forma grosera y bastante denigrante. Era un día desesperante y todos queríamos salir de ahí, pero no creo que nada justifique que le faltes el respeto a una persona por hacer su trabajo, además hacer un trabajo que en esencia debe de seguir protocolos estrictos. La señora fue grosera, le gritó a la chava y ella con una sonrisa se mantuvo pasiva hasta que la señora se cansó de insultarla y se fue echando rayos y centellas. Incluso si esta persona tiene razón, hay canales y espacios adecuados para quejarse adecuadamente, no creo que resuelva nada gritando e insultando a una persona que solo hace lo que le dicen y sigue las reglas que le imponen. Tampoco estoy defendiendo a ese tipo de personas cuadradas, pero no por ello las voy a insultar. Una situación similar sucedió hace un mes con la recepcionista del edificio en donde está mi oficina, una persona llega preguntando por un evento, conferencia o algo que se estaba llevando a cabo en uno de los pisos, la recepcionista le dice amablemente que la persona encargada del evento le dijo que no podía dejar pasar a nadie después de cierta hora, por respeto a la gente que había llegado puntual y al conferencista, la persona que quería entrar se puso como energúmeno insultando a la pobre recepcionista, al grado que un par de personas que venían a mi lado saliendo en ese momento del edificio y yo nos regresamos cuando escuchamos gritar al tipo, al llegar al módulo, se retiró rápidamente al verse superado en número, no sin antes gritarle un par de palabrotas a la pobre mujer. Cómo es posible que como sociedad exigimos y somos groseros con servidores y personas que su única función es hacer su trabajo, nos quejamos de la incompetencia, de la falta de compromiso en el trabajo de las personas, hasta que vemos a alguien hacerlo adecuadamente y seguirlo con las reglas debidas. Incluso nos molestamos más, porque claro, las reglas siempre aplican para todos menos para mí, si yo llevo prisa me puedo meter en la fila, como si el tiempo de los demás no valiera tanto como el mío, y por el contrario, es irónico como el “sordearte”, ser “barco” y “mañoso” es permitido e incluso hasta aplaudido. En el diseño y la publicidad no estamos exentos de este tipo de situaciones, siempre hay un cliente que se siente el rey de Inglaterra, por estarte pagando por el servicio que estás ofreciendo, pero el hecho de que te esté pagando por ello no significa que pueda insultarte o tratarte mal. Y eso cuenta también para el otro lado de la mesa, tampoco es sano pasártela insultando a los clientes, tanto tienen la culpa ellos al no poder explicarse y expresar lo que quieren, como nosotros en no encontrar la forma de que nos proporcionen dicha información, somos profesionales, y como un paciente que llega diciendo que tiene gripe y el doctor se da cuenta que en realidad es una pulmonía, de la misma forma nosotros debemos hablar con los clientes, si no podemos enseñarles a expresarse, nosotros debemos de ser capaces de poder extraer la información necesaria, es nuestro trabajo. Así que antes de terminar de aburrirlos, quisiera recomendarles que sean amables. Sean amables con sus compañeros, con sus clientes, con la persona que te vende el café y con la señora de la limpieza, sean amables con todos. La amabilidad y el buen trato solo se pueden traducir en más amabilidad del otro lado. Y para aquellos que piensan que no todos somos iguales, les recuerdo que el carácter de una persona se mide por como trata a sus inferiores, no a sus superiores. Imagen cortesía de iStock
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