Cuando uno piensa en el hecho de sacar adelante un proyecto, se remite al liderazgo como la palabra que designa a aquel que guía. Sin embargo, guiar consiste en un dedo que señala o una luz que ilumina el camino hacia dónde ir. Liderar es mucho más que orientar. El sábado 3 de Octubre me enfrenté a uno de los desafíos más grandes hasta ahora de mi corta vida. Ese día se realizó la 41° Peregrinación Juvenil a pie a Luján en Buenos Aires, Argentina. Desde mi punto de partida recorrí 60 kilómetros, los cuales además de hacerse infinitos, conllevaban un esfuerzo enorme debido que a pesar de haber ido confiada y decidida, mi cuerpo ya no daba abasto al kilómetro 25. Pero valió la pena, no solo por haber cumplido lo que me prometí y sentir que después de esto nada podía detenerme, sino porque descubrí algo muy interesante y hermoso del trabajo en equipo. Me di cuenta que cada uno del grupo con el que fui, llegó gracias al mismísimo grupo. No había una persona que nos señalara hacia dónde ir, ni tampoco era una sola persona la que nos animaba cada vez que el camino parecía imposible. A simple vista, no había un líder. Empero, avanzábamos hacia una misma dirección, a veces más rápido, a veces más lento, o deteniéndonos de vez en cuando para recobrar fuerzas, pero juntos al fin. Y cada uno de nosotros, distinto a su manera, era imprescindible durante el trayecto por poseer algo único: su energía. Más que una pirámide, el liderazgo es un engranaje. Cada integrante aportaba una energía especial a cada momento y a quien le hiciera falta. Esta energía no terminaba allí, sino que continuaba manteniendo en marcha al grupo y era la materia prima para que el siguiente integrante pudiera tener fuerzas y así aportar su propia energía. Gracias a aquellos que esta no era su primera caminata y tenían experiencia, tuve un apoyo “estratégico” por lo cual supe qué hacer y qué no hacer para seguir de pie. Gracias a las amigas con las que fui, no me percibí jamás en un lugar desconocido, sino que sentí que llevaba conmigo un pedazo de mi hogar, una comodidad y cariño de principio a fin. Gracias a los que animaban el camino con charlas, juegos y canciones, pude distraerme del cuerpo en sí, ergo, del inmenso dolor que sufría a cada paso a medida que caminábamos. Otros aportaron su fuerza física, sosteniéndome cuando mis pies ya no me respondían. Pero aún más reconfortante me hizo sentir el saber que yo también aporté mi propia energía: mis compañeros me veían avanzar con el rostro reflejando un malestar enorme, pero nunca escucharon de mí un “me rindo”. Me felicitaron por mi voluntad y perseverancia durante todo el recorrido, expresando lo orgullosos que estaban de mí y que fui una gran fuente de inspiración tanto a través de la caminata como luego de esta. Aun en el momento en que menos sentí que podía ayudar a alguien más a llegar, mi energía fue necesaria, no solo para ellos, sino para recordarme a mí lo que era capaz de hacer. El liderazgo no consiste en simplemente guiar, sino en mover. Más allá del concepto de líder como quien decide, en diversas circunstancias, aquel que pone en marcha al equipo varía, dependiendo de qué es lo que haga falta para seguir adelante. Mi experiencia fue hermosa para darme cuenta de esto, pero puede verse en simples situaciones de la vida cotidiana, en una empresa o cualquier otro ámbito. No hace falta ocupar un cargo alto o poseer cierta autoridad para ser el engranaje necesario para que se llegue a la meta en cuestión: a veces simples actos son los que nos llevan a alcanzar nuestros grandes logros. “Se alcanza el éxito convirtiendo cada paso en una meta y cada meta en un paso.” – Carlos Cortez AUTOR Verónica Solana Estudiante de Artes Combinadas en la Universidad de Buenos Aires. Pasión por la psicología y la filosofía. Amante de la comida, la música y la vida misma. Escritora empedernida, fascinación por la metáfora, la forma más mágica de comunicación. Los pies en el suelo y la vista en el cielo. Twitter: @VerooSolana Imagen cortesía de iStock
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