Fue de niño, cuando vivía fascinado por la televisión, que todo comenzó. Yo era de esos a los que siempre le gritaban: “¡No te sientes tan cerca de la televisión porque que te vas a quedar ciego!”. Podía pasar horas y horas embelesado frente a la pantalla viendo cualquier cosa que apareciese: Los Simpson, Misterios sin resolver, Macgyver, Los magníficos, Cosmos, Cuando los animales atacan… Una interminable y variada lista de programas que gracias al internet, puedo volver a ver. Hasta ahí los comerciales (spots) solo significaban una cosa para mi: Zapping. Los comerciales recién tomaron protagonismo en mi vida luego de las interminables batallas que sostenía con mi bisabuela por el control del televisor, y es que en casa solo teníamos uno. A diario se gestaban estas épicas batallas. De vez en cuando resultaba ganador –solo cuando mi oponente no se presentaba al encuentro– pero la mayoría de veces ella siempre resultaba ser la máxima vencedora. Mi derrota solo significaba una cosa: Ceder el control del televisor y tener que esperar a que mi bisabuela termine de ver su telenovela. En uno de los tantos encuentros que sostuvimos, ella -sabia y amorosa- ideó la frase perfecta para que mi espera por el televisor no se hiciera tan larga: “No te desesperes, mi telenovela solo dura tres comerciales.” Esa frase que cambió mi vida por completo. Eran solo tres comerciales –pensaba mientras sacaba mi cuenta- no cinco, no diez, solo tres y una vez que se pasen, la novela habrá acabado y yo podría tener el control del televisor. Ni bien terminé de pensarlo escuché a lo lejos una conocida melodía. Comenzó la novela. Recuerdo imágenes amarillentas -como los actuales filtros “vintage”- y a una chica de cabello ensortijado de color negro, era una clásica telenovela mejicanas. No recuerdo la trama, ni el corte de la serie, solo recuerdo que un momento la chica de cabellera negra miró fijamente la cámara como si tuviese algo que decir e inmediatamente la pantalla se puso negra. Al instante pensé: “El momento llegó”. Era el primero de los tres comerciales que debía esperar para que la telenovela termine y pueda apoderarme del televisor. Del negro absoluto pasamos al plano de una familia dentro de la ducha: todos entonaban una pegajosa canción al mismo tiempo que se pasan un jabón que no de deshacía con el agua, duraba para toda la familia y daba más frescura (hasta ahora recuerdo el jingle). Vi ese comercial con tantas ansias y detenimiento que me di cuenta que en tan solo unos segundos me contaron la historia de esta familia y su jabón. Seguido de ese comercial vino otro más, esta vez era de un supermercado donde todos los empleados bailaban porque una mamá compró la leche que ellos querían. Y así , sin darme cuenta, se pasaron los tres comerciales que tenía que esperar. Uno a uno me enganchaba con sus historias cortas, canciones curiosas y situaciones inusuales. Estaba encantado. Gracias a esas batallas con mi bisabuela y a la antigua novela mexicana descubrí los comerciales y sus maravillosas historias. Ahora soy yo el que puede crear esas maravillosas historias que divierten, emocionan y hasta te hacen salir corriendo a una tienda para buscar el nombre de tu amigo en una gaseosa. Ahora como creativos está en nuestras manos hacer de los comerciales historias que enganchen a los consumidores. Ya sea promocionando una gaseosa o una oferta de supermercado, creemos piezas pensando que debemos causar alguna emoción en quien lo ve, que se ría, que llore, que se espante o que lo comente, pero siempre que se quede en su cabeza. Puede que algún niño como yo vea tu comercial y se ría a carcajadas con un pato que habla o quiera ir al zoológico para conocer la historia de dos animales que se separaron. Puede que su comercial forma a un creativo más. El pato que da risa
Los animales que vuelves a ver juntos
Imagen cortesía de iStock
Discussion about this post