Una de las decisiones que más nos atormenta en nuestra adolescencia es: a qué nos vamos a dedicar. Y cuando por fin uno lo decide, parece que se ha resuelto la mitad de nuestra existencia, pero en realidad, lo que acaba de comenzar, es el caos. Por eso, es recomendable que cuando uno está estudiando, comiencemos con las prácticas profesionales; pues la escuela no se acerca mucho al ambiente laboral. No sólo se trata de desarrollar conocimiento, se trata de todo lo que rodea a la industria: aprender a manejar la presión, conocer las distintas personalidades, saber cuáles son los problemas más comunes, y cómo salir adelante con las metidas de pata (propias y ajenas). Se trata de involucrarse en los proyectos por mínima que sea nuestra participación. De adoptar una actitud propositiva y positiva. Como creativo o diseñador te pueden estar bateando, se vale; de hecho, es ahí cuando no importa cuántas veces rechacen tu idea, lo mejor que puedes hacer es volver a replantear todo y proponer. Aunque parece retrabajo, es aprendizaje invaluable. Se trata de valorar a la gente, no sólo a los colegas. De aprendernos sus nombres, de saludarlos cada mañana, y conocerlos más. Las actitudes de divo no caben en esta etapa. Y los vínculos para el futuro serán una gran inversión, pues el mundo da muchas vueltas. Y si logramos entender el término “convertirte en profesional”, justamente es ahí donde nos cae el 20, se trata de analizar el mercado, de vernos como un producto, de diferenciarnos, de prepararnos más, de buscar ideales. Hay gente a la que admiramos en nuestra categoría, y de ellos podemos aprender mucho. Herramientas como Youtube o Twitter nos acercan a ellos, nos dejan ver su forma de pensar, de trabajar. Y ojo, no se trata de imitarlos simplemente, sino, a través de nuestra personalidad y nuestras herramientas, crear nuestra propia filosofía de vida para que, dentro de algunos años, podamos inspirar a alguien más. Imagen cortesía de iStock
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