“Y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión, que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje.” Madame Bovary, Gustave Flaubert. La publicidad es amor, y el amante peca de ser Madame Bovary. No importa lo que diga su mirada, el amante siempre será Madame Bovary. La novela de Flaubert, enmarcada entre el realismo y el romanticismo tardío, retrata y critica la sociedad y los vicios propios de la época, el siglo XIX. Pero es una novela que se rebela, en cierta forma, contra lo establecido. Y ya lo afirmaron numerosas voces, todos somos Madame Bovary. Confundida, sediciosa, ansiosa de libertad; Madame Bovary es una figura, que, al igual que las predicciones de videntes o los pronósticos astrológicos, se identifica con todos. Aunque sea en algún momento. No obstante… ¿A quién ama Madame Bovary? ¿Con quién o qué sueña? Está hecha de deseos. Deseos de más clase, de más dinero, de más amor, de más pasión. Y no es capaz de ver lo que tiene. Los psicólogos Jules Gaultier y Georges Palante lo llamaron bovarismo. Un vacío que invade al desear lo que no se posee. Pero imaginarlo… ¡Ah! Recrearse en el deseo hace sonreír. Amamos más en la distancia, en el camino hasta la meta. La publicidad es más que el deseo de Requena. Todos nacemos con anhelos. ¿Pero qué ocurre cuando se tiene todo al alcance? ¿Cuándo uno queda vacío de deseos? Necesitamos algo que lo reviva. La publicidad es el amor, que impulsa a ir a terapia, que recuerda que debemos desear, que abre el camino olvidado de la imaginación. Imagen cortesía de iStock
Comentarios