En estos días se cumplieron 70 años desde que EE.UU. arrojó las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que apresuraron la rendición japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Es apropiado recordar, entonces, la historia de Tsutomu Yamaguchi, el hombre de la foto. Algunos consideran que fue el tipo más desafortunado del mundo; otros, en cambio, opinan que tuvo mucha suerte. En agosto de 1945, el ingeniero Yamaguchi estaba llegando a su trabajo, en la empresa Mitsubishi de la ciudad de Hiroshima. Estaba contento porque al día siguiente planeaba viajar a su casa para ver a su mujer y su hijo. Pero vio que en el cielo un avión dejaba caer algo; instintivamente se arrojó al suelo, se tapó los ojos y los oídos. No era una bomba cualquiera: el Enola Gay acababa de arrojar a “Little Boy”, la primera bomba atómica. La tierra tembló, Yamaguchi fue arrojado al aire y al caer al suelo se desmayó. Cuando despertó, la ciudad estaba oscura aunque era temprano en la mañana. Le ardía la piel de la cara y los brazos; como pudo se dirigió a las oficinas de Mitsubishi, pero estas ya no existían. Deambuló entre los cuerpos quemados, se juntó con otros sobrevivientes y después de un buen rato, escuchó que los trenes, cuya estación estaba del otro lado del río, aún funcionaban. Fue hacia allí y logró subir a un tren que iba al sudoeste, a su ciudad natal, donde estaban su mujer y su hijo. Esa ciudad era, desde luego, Nagasaki. Yamaguchi encontró a su mujer y a su hijo de 2 años, descansó un día, y el 9 de agosto fue a las oficinas de Mitsubishi en Nagasaki. Allí le contó a su jefe lo que había visto: una nueva y extraña bomba que había volado gran parte de Hiroshima. Su jefe no le creyó: “Usted es ingeniero, dígame cómo puede una sola bomba destruir toda una ciudad”. En ese momento (sí, en ese momento) una luz blanca invadió la oficina. Yamaguchi pensó que la nube en forma de hongo lo había seguido desde Hiroshima, pero se trataba de la segunda bomba atómica, “Fat Man”. Tenaz, el ingeniero volvió a sobrevivir al estallido, una vez más con heridas en su piel que tardaron en sanar. También lograron sobrevivir su mujer y su hijo. Alrededor de 150 personas estuvieron tanto en Hiroshima como en Nagasaki cuando las bombas estallaron, pero solo unas pocas estuvieron a menos de 2 kilómetros de las explosiones. Los japoneses pensaban que estas personas no debían tener hijos porque los daños provocados por los rayos gama serían demasiado graves y los niños no iban a nacer sanos. Pero a principios de los años 50, Yamaguchi y su mujer (se llamaba Hisako) se sentían lo suficientemente repuestos y lo intentaron: tuvieron dos niñas, ambas nacidas sin defectos aunque luego declararon que en su adolescencia se enfermaban más que sus amigas. Las dos siguen vivas en la actualidad. El hijo mayor de Yamaguchi murió de cáncer a los 58 años. Hisako murió en 2008 de cáncer de hígado y riñones; tenía 88 años. Es probable que la bomba de Nagasaki haya tenido que ver con su enfermedad, pero a esa edad también podría haber contraído cáncer por otras razones. ¿Y Yamaguchi? Murió en 2010 de cáncer de estómago, 65 años después de los ataques a Hiroshima y Nagasaki. Tenía 93 años. Y una notable puntería para estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. (Datos extraídos de un artículo de Robert Krulwich (npr.com); el libro “El pulgar del violinista” de Sam Kean, y Wikipedia.)
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