Les puede parecer a muchos que el marketing, o tratar de vender algo con honestidad, no pega. Que es imposible lo uno con lo otro. Lo cierto es que hoy en día no tiene sentido pensar así. Hoy en día, con tantos mensajes cruzados, con tanta publicidad, con tanta gente tratando de vendernos tantas cosas, sólo destacan y nos llegan los mensajes que nos parecen honestos y auténticos, los que encajan con nosotros de una forma natural y sin pretensiones.
¿Qué es entonces ser honesto?
Cuando hablamos de honestidad nos referimos a esta forma de ser fiel a quién eres, a lo que estás haciendo, al por qué lo estás haciendo y al para quién lo estás haciendo. Y es que cuando empiezas una marca o una empresa no puedes hacerlo a lo loco.
Ahora voy con una comparación un tanto sensible pero ahí voy igualmente. Si estuvieras creando una religión nueva te preocuparías antes de sentar bien las bases para que todo el mundo las tuviera claras, de escribir tus diez mandamientos o lo que considerases apropiado para resumirla, de contar la historia de cómo nació en ti esta nueva fe, de ir a buscar a la gente a la que crees que esta nueva manera de ver la vida va a resultar interesante y presentárselo de forma atractiva.
¿Por qué entonces cuando empezamos una marca hacemos un logo y cuatro cositas y nos parece que tendrá que ser suficiente para generar interés?
No lo es. Una marca es como una religión (en un mundo completamente politeísta donde puedes tener cientos de ellas, claro, una para cada cosa o incluso varias para la misma cosa y las vas alternando según te parece).
En un mundo en que eres de la religión Fructis para el pelo, MAC para el maquillaje, Ariel para la ropa y Coca-Cola para la bebida tienes que lograr que te consideren para tu categoría, vendas lo que vendas, y convertirte en el producto estrella de la categoría.
Tienes que conseguir que la gente crea en ti y considere que eres muy real, muy honesta, muy de verdad. Porque lo eres, obviamente, lo mejor es que ni siquiera se trata de engañar a nadie sino de ser transparente. De enseñar quién eres y cómo te gusta hacer las cosas y simplemente tener paciencia hasta que tu mensaje vaya calando.
Así que todos las que tienen esa idea de que el marketing consiste en engañar pueden ir quitándosela de la cabeza.
Marketing es vender. Y vender no es engañar. A veces, para algunas empresas, cosas feas siempre hay. Para nosotras nunca debería serlo.
A esto hace falta añadir que obviamente tu producto tiene que respaldar tu autenticidad. No es sólo contar una historia y contarla bien y hablar así o asá¡ en redes sociales. El producto es tu prueba. Si gusta, gusta. Si no gusta, hay que cambiarlo (y a no ser que todo el mundo te envíe un review después de comprar tendrás que guiarte por las ventas). Por más esfuerzos que hagas, si no hay repetidores, si no hay gente que venga cada día y repita y repita, no hay manera de sobrevivir. No podemos andar buscando clientes nuevos cada día, el secreto es más bien mantener interesados a los que ya tienes.
La honestidad es clave por 3 motivos:
- Te hace estar por encima de tu competencia, te coloca en un lugar distinto y probablemente privilegiado (si lo haces bien).
- Permite que la gente se identifique contigo y con tu negocio y se sientan cercanos y conecten a un nivel más profundo. Que te hagan parte de su familia, de su abanico de religiones en las que creen.
- Les ayuda a entender por qué lo que vendes les va a ser útil, por qué es de buena calidad, por qué deberían comprarlo. Te creen porque lo que dices siempre es la verdad (tu verdad, ojo, que la verdad universal no existe), estás vendiendo un producto o contándoles cualquier otra cosa. Te convierte en alguien en quien se puede confiar.
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