Llega el verano, sinónimo de vacaciones y de descanso. ¿Pero vamos a descansar de verdad? ¿Estamos dispuestos a desconectar? ¿Van a dejarnos desconectar? La empresa sigue navegando en mares azotados por una ventisca helada llamada crisis. Muchos dicen ver su final este mismo año pero sólo porque el ser humano tiene la extraña cualidad de pensar que si dice algo en voz alta, su deseo verbalizado se cumplirá. Una cosa es que estemos hartos de la crisis y otra muy distinta es pregonar que estamos saliendo de ella en un intento de positivismo inerte. La empresa debe adquirir conciencia que se está equivocando en su gestión de la crisis, que los empleados no son la moneda de cambio de la misma. El empresario debe ser consciente que los recortes deben ser analizados con cautela, objetividad y perspectiva, no con una lupa subjetiva centrada en no perder su posición financiera personal. Tomar decisiones de recortar personal de la empresa a la vez que se evalúa adónde ir de viaje con el barco en agosto no es la mejor forma de equilibrar una conciencia empresarial, que es uno de los aspectos que deberían formar parte del decálogo del buen empresario y que todo empresario que se precie debería exigirse en su lista de mínimos. Sabemos que el empresario puede hacer con su empresa y su dinero lo que desee, por algo creó la primera y con ella generó lo segundo. Pero sí puede acudir a su humanidad y entender que el motor de la misma es su personal. Y digo humanidad porque si lo analizan desde su vertiente meramente empresarial, volvemos a las mismas. Porque estos años de crisis, lejos de aunar valores profesionales y despertar a empresarios comprometidos, han creado ruptura profesional, han convertido a amigos en competidores por no ser despedidos, han convertido en vagos por recortes salariales a profesionales comprometidos hasta la fecha. Y consecuencia de ese declive, de esa acidificación del puesto de trabajo, el trabajador profesional ha empezado a sufrir como persona cuando los problemas de la empresa han empezado a hacer mella en su día a día personal. ¿Quién tiene a día de hoy 30 días de vacaciones seguidos? ¿Por qué hay tantos empresarios que prefieren dar 15 días y pagar el resto en lugar de darlos? ¿Por qué hay tantos trabajadores que llegan a final de año sin haber tomado ni cobrado parte de ellas y se sienten avergonzados de reclamarlas? El valor es algo esencial pero es muy difícil de apreciar, sobre todo cuando no se entiende o no se quiere entender. ¿De dónde viene la frase “es que para la empresa somos números”? Es una frase bastante humillante pero muy real y usada sin reparo y con asiduidad. Y esta frase es un reflejo del sentir del empleado. Empleado. Otra palabra a tener muy en cuenta porque ella misma se cubre de gloria. Ser un empleado, suena horrible sin duda. Es curioso lo que calan las tradiciones y vocablos antiguos peyorativos, la facilidad que tienen de sobreponerse a los positivos. ¿Por qué no nos llaman generadores? En realidad somos nosotros los que generamos negocio, la empresa es la central pero nosotros somos las turbinas que generan la energía. Y vuelvo al valor porque es necesario. Ser conscientes de nuestro valor hará que valoremos a los demás. Sin embargo, si no nos valoramos o si el valor que nos damos es erróneo aunque no lo veamos, seremos incapaces de entender cuánto valen los demás o confundiremos sus cualidades. El empresario es el único que tiene derecho a negarse sus propias vacaciones pero nunca puede negar las de sus profesionales y menos aprovecharse de la necesidad de trabajar como contrapeso de su exigencia. La salud profesional de los trabajadores está directamente relacionado con la coherencia de su posición en la empresa respecto de los derechos que atesora. Ser temeroso a pedir los días de vacaciones que corresponden es no ponerse en valor. Si entendemos el valor que tenemos para la empresa entenderemos nuestros derechos como profesionales y haremos uso de ellos. Llega el verano, llega agosto y nadie se va de vacaciones todo el mes cuando en realidad es el mes de descanso por excelencia. Desaparecen las obligaciones mensuales, las acciones recurrentes se interrumpen de repente sin que suceda nada lo que debería darnos una visión diferente sobre el estrés mensual generado cuando alguna de esas acciones recurrentes mensuales no se cumple en un mes que no sea agosto. Hace décadas los contratos se firmaban con un apretón de manos en una época que no existía el estrés como tal a pesar de no tener papeles firmados y los negocios prosperaban. Hoy día, cuantos más papeles se firman, más nos abonamos a generar problemas porque sabemos que hay parte de esos papeles que nos dan la razón en caso de conflicto. Llega agosto y perdemos valor… aún más. Vivimos momentos en los que todo vale y no pasa nada. El valor no se contempla y los valores han quedado ocultos sobre capas de sedimento de soberbia y prepotencia que convierten a muchos trabajadores en saldos y a muchos empresarios en destructores de las empresas que ellos mismos crearon. Es duro pero real ver que vivimos momentos donde el “sesgo de confirmación”, citado por Ed Catmull en su libro “Creatividad S.A.” como la capacidad de filtrar información no coincidente con la que tenemos creyendo que lo que pensamos y decimos es lo único válido en cualquier circunstancia, hace que la salida de la crisis se antoje, cuanto menos, complicada y que sigamos teniendo ventisca helada impactando en nuestros rostros listos para irnos de vacaciones.
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