Hace una semana me fui a comer con un Director de comerciales con el que trabajé hace mucho, para ponernos al día y ver si podíamos volver a trabajar juntos.
Con un par de vodkas de por medio, platicamos del negocio, de la industria, de lo mal que están los fees, de todos y cada uno de los pitches y presentaciones especulativas a los que somos invitados y al final, me dijo con toda la sinceridad del mundo, que él necesitaba cerrar un ciclo conmigo, porque tenía muy mal recuerdo del último trabajo que habíamos hecho juntos. En ese momento me entró el “efecto Ratatouille”. Ya saben, ese momento donde Ego prueba el platillo y no puede evitar tener un flashback a su niñez en un segundo al sentir el sabor del platillo y recordar ese momento mágico en donde su mamá le estaba preparando tan delicioso platillo después de que él se hubiese caido de la bici. Bueno, pues eso me pasó. Pero para mal. Claaaaaaaaaro, ese momento, ese día fue tan pero tan malo, que lo tenía borrado de mi mente. Fue la segunda peor filmación de mi vida. Y si quieren leer de uno de los días profesionales más feos de mi existencia, sigan leyendo. La historia va así: En el año 2003, yo trabajaba en una agencia en donde llevábamos una marca japonesa de aparatos electrónicos para el hogar y justo acababa de llegar a México la responsable de llevar el marketing de la compañía. Recién desempacada de Osaka, “Maeda San” como la llamaban con mucho respeto sus subordinados, era una mujer triste, blanca como la leche, con el cuerpo de una tabla, bucólica, inexpresiva y con el volumen de voz más bajo que yo recuerde de un ser humano. Siempre vestía de pantalón negro ajustado y camisa blanca. Por supuesto, no hablaba una gota de español y hablaba 2 gotas de inglés, entonces la comunicación con la señorita Yayoi (que ese era su nombre de pila) era muy complicada, por decir lo menos. Ella justo llegó para filmar este comercial que por fin nos habían aprobado después de varias rondas de presentaciones complicadas. El comercial era muy simple, pero técnicamente tenía sus complicaciones. Era un Zoom back eterno, que empezaba en la terraza de un edificio y terminaba saliendo de un pantalla plana súper hi-tech en un súper departamento. Teníamos varias escenas a filmar: La terraza donde una chava muy guapa veía un libro, un pavorreal que abría su cola multicolor para poder apreciar la gran definición de colores de la pantalla, el amanecer de la hermosa ciudad de Mexico y la pareja de modelitos viendo la tele por la cual, todas estas imagenes salían como una cascada multicolor. Empezaríamos la filmación a las 5 de la mañana en la azotea de un edificio en Polanco tirando hacia el hotel Nikko, para captar un amanecer citadino de suputamadre. Llegamos al edificio a las 4:45 A.M. y subimos a la azotea con Maeda San que estaba muy contenta por tener su primera filmación en México. Cuál sería nuestra sorpresa al darnos cuenta que el cielo, ese manto celeste hermoso que pronto se pintaría de carmesí y naranjas y nos dejaría ver al maravilloso astro sol, estaba completamente nublado. Y a medida que avanzaba el reloj, las nubes se iban apelmazando más unas con otras. Eran las 5:20 de la mañana y Maeda San, al ver que las nubes definitivamente no iban a hacerle paso a Rá, volteó con el productor y le preguntó que qué carambas pasaba, que qué ibamos a hacer, misma pregunta que el productor vino a hacerme a mí. Evidentemente mi reacción fue acercarme a Maeda San y decirle que “estaba nublado”, que podíamos esperar un poco para ver si las nubes se iban pero que lo veía complicado. Maeda San se cruzó de brazos un poco preocupada y me miró con sus rendijas esperando a que le diera una solución. La solución fue que, nos tendríamos que ir a la otra locación y regresar en la tarde para captar la última luz del día y truquear así el amanecer. Y así lo hicimos, nos fuimos raudos y veloces al hotel W en donde grabaríamos la segunda escena de nuestro comercial. Maeda San no se fue tan convencida de la solución pero traté de explicarle que el único que podía hacer con una filmación lo que se le diera su puta gana era Dios, porque a él no le pagaba ni ella ni yo. Ahí comprendí que el sentido del humor japonés es muy diferente al mexicano. Llegamos a la terraza y nos acomodamos para hacer la primera escena del libro que abría la chava. Al fondo estaba una mesa en la que unos unos señores desayunaban así que la asistente de producción se les acercó y les preguntó amablemente si les importaría cerrar la cortina de donde estaban sentados, para evitar que su imagen saliera en el comercial. En 99 de 100 ocasiones en donde se hace esa pregunta, la respuesta es siempre “Sí, no hay problema», o «Si quiere nos movemos de mesa, no faltaba más”. – No. – ¿Perdón? – No. No me voy a mover. Justo vine a desayunar aquí porque esta terraza me gusta y no voy a cerrar la cortina porque unos tarados están haciendo un comercial. – Sería sólo un momento y… – Mira chava, yo soy diputado del PRI y sé mis derechos y sé que puedo estar aquí sin que nadie me pida nada. También sé que te puedo hacer un escándalo y te cierro el pinche barsucho y… (en los tiempos de hoy, con un simple celular dirigido a “Lord mamador” hubiera sido suficiente para quemarlo en las redes sociales y que se moviera sin chistar, pero ni modo, eran épocas de las cavernas y no teníamos esos artilugios modernos). Maeda San miraba con preocupación desde la isla de los monitores cómo “Mister Diputado Subnormal” manoteaba y le gritaba a la asistente mientras sus nalgas (que no eran pequeñas) seguían aplastadas en el taburete del restaurante del Hotel W. Al enterarme de que este mamarracho era un diputadete de cuarta, se me ocurrió utilizar el “ángulo político” para convencerlo de que cerrara sus cortinas, o de plano se moviera, porque en definitiva, el tiro que teníamos, debido a la complicación técnica del zoom, tenía sí o sí que ser ése, entonces no nos podíamos mover de lugar y evidentemente, no podíamos esperar a que el cavernario terminara su desayuno a la 1 de la tarde para empezar a grabar, porque toda la logística de la filmación se nos iba al carajo. Solo le dije a Maeda San que me acompañara y que le hablara en Japonés a Winston Churchill, que yo me ocupaba de lo demás. Nos acercamos al taburete de Cremónidas y Maeda San empezó su discurso en japonés. Una vez terminada la primera frase, dije en voz muy clara muy respetuosa y a modo de intérprete: – “Buenos días, mi nombre es Yayoi Maeda y soy agregada cultural de la embajada de Japón en México” Maeda San habla en japonés. Se calla. – “ Es un honor para mí estar haciendo este vídeo para promocionar México en Asia y sería de mucha utilidad contar con su apoyo como muestra de afecto y de respeto que existen entre nuestras dos grandes naciones” Maeda San continua hablando. Se calla. “Le agradezco, de un diplomático a otro”. Hago reverencia. Maeda San me imita y hace reverencia. Nos retiramos. Tres microsegundos más tarde, nuestro amigo Cromañón se levanta de su mesa y nos deja el espacio libre para poder trabajar, no sin antes soltarnos una mirada de Obama, atendiendo un favor especial que le pidió la señorita Merkel. Maeda San no entiende nada. Trato de explicarle pero sus 2 gotas de inglés no le dan para tanto. Afortunadamente, la casa productora ha tenido a bien contratar a una “intérprete/asistente” que le explica un poco mejor lo sucedido. Como buena mujer criada en una cultura de respeto a la autoridad y donde la sociedad trabaja en conjunto hombro con hombro, no entiende cómo alguien que se dedica a servir al pueblo, no haya cedido a una petición tan simple como “cerrar una cortina”. Simplemente murmura “interesting”. Yo lo único que sé decir en japonés es “ides ká” que significa “todo bien”. Así que después de hacer nuestro primer shot, volteo con Maeda San y le digo “ides ká”, a lo que ella responde “ides”. Bajamos a nuestro siguiente emplazamiento, que es justamente enfrente de la terraza del hotel en donde tenemos puesto un andamio de unos 10 metros de alto, desde donde se va a hacer la próxima toma para que el zoom back tenga sentido. Nos acomodamos en la banqueta de Campos Elíseos y apenas posamos nuestras nalguitas en las sillas, llegan 2 patrullas de policías judiciales preguntando por el responsable de la filmación. El crew que está arriba del andamio todavía no hace la primera toma y los oficiales a grito pelado ya se treparon cual Donkey Kong a confiscar “el equipo” porque notienenpermisodeestarhaciendoestoyyasechingaron. Si con el político estaba confundida, con esta escena Maeda San simplemente se siente descolocada. Trata de preguntarle a la intérprete que qué está pasando, que por qué estos señores con pistolas se subieron al andamio y tomaron la cámara con la que están haciendo su comercial. La intérprete le explica que son policías y que están confiscando el equipo porque no tenemos permiso. Maeda San pregunta que cómo es posible que no tengamos permiso si está pagando por filmar en la calle. Entro yo y le explico que en México la policía es así y que sí tenemos permiso, pero que es complicado porque lo que los policías quieren es dinero para dejarnos trabajar. Maeda San sigue sin entender nada y a medida que pasan los minutos, los policías se ponen más necios y ya tienen cara de que se quieren llevar a la china al botiquín. Al darse cuenta de esto, el Director me dice que nos va a mandar a la otra locación, en donde ya acabaron de iluminar y ya tienen otra cámara para que vayamos acomodándonos y que él mientras “va a solucionar” este asunto. Nos subimos a la camioneta y vamos hacia una casa de las Lomas, donde nos espera la escena del hermoso pavorreal y su cola multicolor. En el camino, Maeda San murmura en japonés muy bajito y hace un par de llamadas, que supongo que no dicen “nos está yendo de huevos”. Llegamos a la casa y nos instalamos. Lo primero que pasa al llegar, es que se me acerca el asistente de la segunda unidad y me separa del grupo de manera muy discreta (o sea, ya hay un pedo). – Oye, el animalero nos está diciendo que con este clima el pavoreal no va a abrir la cola, que solo lo hacen cuando el día está soleado o cuando se quieren aparear. Se suponía que el día iba a estar soleado pero ya viste. Ya pedimos una hembra para que se ponga cachondo y a ver si así quiere abrir la cola. -Ok. Pasa media hora y Maeda San me pregunta que qué está pasando. Le explico que el pavorreal no quiere abrir la cola porque el clima no es propicio y que estamos viendo la manera de lograrlo. En ese momento llega el asistente y me vuelve a separar para hablar discretamente. – Ya trajimos a la hembra; la neta no está funcionando. El animalero nos dice que mientras esté nublado no va a jalar. ¿Qué hacemos? – Aguántame. Le cuento a Maeda San lo que está pasando. – I’m the client. This is my request. I need the peacock to spread his tail. – Yes, I know you need that and I need that too, but the animal expert is saying that… – I’m the client. This is my request. – Yes, I know, but I can’t go into the peacocks brain and try to… – I´m the client. This is my request. -Ok. Camino hacia el asistente y ahora yo lo separo del grupo para hablarle en secreto. – Guey, a ver cómo chingados hacemos que ese pinche pavoreal abra la puta cola. Llamamos al animalero y le contamos el asunto. Se le ocurre traer yumbina. – ¿Yumbina? – Yumbina. – ¿Para? – Pues para que se excite y abra su penacho para aparearse. – ¿Y cómo se la vamos a dar? – Se la tenemos que insertar en el ano. – ¿Y no se la podemos dar en el piquito? Obviamente mi pregunta resulta en un silencio incómodo y en la respuesta clara y contundente. – No. Se la tenemos que meter por el culo. – Pues venga. Le insertamos media pastilla al pavoreal en su parte más noble (bueno, le insertamos es mucha gente; el animalero lo hace, que para eso le pagan). Pasan 15 minutos y nada pasa. El puto pavoreal está con la líbido de un anciano de 90 años y no se ve que quiera abrir absolutamente nada. – Guey, hay que meterle otra dosis. Y así lo hacemos. Le metemos la otra mitad de la pastilla y ya que estamos en esas, le metemos una más. Total nadie se ha muerto por caliente ¿no? El animalejo de 5kilos, ahora trae varios gramos de yumbina en el culo pero a pesar de todo, no parece reaccionar. Eso sí, al pájaro se le ve nervioso y tieso (les prometo que no intento hacer ningún albur). Supongo que trae el corazón a mil revoluciones por minuto y de pronto, tememos por su vida. Lo cierto es que la pinche cola del pavoreal sigue tan cerrada como la mente de Donald Trump. Eso sí, empieza a tirar unos graznidos sonoros que para nada son tan atractivos como su imagen. De hecho, pareciera que están matando un gato o que un niño está siendo asesinado y está pidiendo socorro. Mucho grito, poca cola. – Guey, esto no está funcionando. – El animalero me dice que tiene una opción. – Dime. – ¿El chiste de esta toma es comunicar color no? – Ajá. – Dice que tienen un tucán. Los tucanes tienen el pico de un chingo de colores ¿no? – Además es un animal bastante cool. – Que lo traigan. Pasa una hora y me llaman. Maeda San está en la isla del cliente manejando un nivel de nerviosismo 8. Obviamente ni siquiera le cuento que estoy buscando otra opción para sustituir al pavoreal sin antes ver al hermoso tucán que va a tomar su lugar. – Ya llegó el tucán. Corro a verlo. Llego y abren las puertas de atrás de una camioneta. Sacan una jaula que viene con un velo negro. Destapan la jaula. – No seas mamón. El Tucán es un Tucán bebé que apenas mide 15 centímetros y – como buen Tucán bebé – tiene el pico de un solo color porque todavía no se desarrolla. -Ya valió madres. El pinche tucán apenas se puede sostener sobre sus patas y tiene el pico de un amarillento pálido casi blanco. ¿A quién chingados se le ocurre traer esta mamada? Están muy cabrones. – Maeda San, we have an issue. It seems that the peacock won’t… – I’m the client. This is my request. Peacock, spreads tail. Thank you. – I know we need that but the problem is… – I´m the client. This is my request. Peacock, spreads tail. No problem. Le hacemos un arnés con plumas que sacamos denosédóndechingados y se lo colocamos al pinche pavoreal. La verdad nunca pregunté si el pavoreal sobrevivió a la chinga que le paramos porque de ahí en más no dejó de gritar como loco (supongo que estaba tan caliente que no podía ni con su alma). Detrás, se coloca el animalero con una manta azul que después vamos a borrar en post-producción. Listo. Lo conseguimos después de 5 horas y claro, ahora tenemos que salir corriendo a Polanco a la azotea del mismo edificio en el que estuvimos en la madrugada para volver a grabar el atardecer y hacerlo parecer como amanecer. Nos subimos a la camioneta y salimos corriendo. El tráfico es una mentada de madre y claro que llevamos tanta prisa y vamos tan tensos, que el chofer va tratando de ganarle a todo mundo para que el sol no nos gane a nosotros y de pronto, nos estrellamos directo en la cajuela de una mamivan. Así, sin más. Pum. La Doña se baja y empieza a armarla de pedo. Maeda San está a punto de sufrir un choque de ira (si es que existen los choques de ira). Pero no hay tiempo que perder, así que nos bajamos corriendo de la camioneta en pleno periférico (que está totalmente detenido) y corremos a apeñuscarnos a la otra camioneta de producción que lleva la cámara y al crew. Llegamos por fin al otro edificio. Subimos en chinga a la azotea para poder emplazar la cámara y que no se nos vaya el momento. Son casi las 7 de la tarde y sólo por unos segundos, el cielo no tiene una sola nube. Apuntamos hacia el horizonte. Vemos claramente el hotel Nikko y varios colores púrpuras y naranjas del sol que se va alejando, también alcanzamos a observar cierta nube que está cerca del lente, pero es una nube que no debería… estar… un… momento… no… huele… a… – ¿No huelen a mota? En efecto, huele a cannabis y esa nube vaporosa que se estaba metiendo en nuestro cuadro provenía de tremendo churro que más bien parecía el burrito que buscaba romper el récord de Man vs Food. – ¿Y ahora qué chingados está pasando? Maeda San decide llamar a su jefe y contarle que un grupo de adolescentes irrumpieron en el set y que están consumiendo estupefacientes. Asumo que le cuenta todo esto porque evidentemente habla en japonés y mi japonés no es muy bueno que digamos. Nos acercamos al borde de la azotea, donde detrás de una pared, se encuentran 3 adolescentes judíos que básicamente se están pachequeando como harían 3 adolescentes de cualquier parte del mundo supongo. Maeda San está como catatónica. Me le acerco tranquilamente con cara de “ides ká” y le aseguro que todo está “ides ká” pero yo sé y ella sabe que no, que nada está “ides ká”. Por fin logramos la toma, pero todavía nos falta regresar a la casa de las Lomas y terminar de filmar la última toma y un insert de unas bocinas que suenan a todo volumen para otro comercial que estábamos haciendo. Llegamos a las Lomas. Ya por favor que se termine este día de mierda. Hagamos la toma de las bocinas y el zoom back de la tele para terminar este puto comercial de mierda. Llega Minamino San, el otro cliente que tiene que ver con el shot de las bocinas. -Ok, let’s do this quick. – I want volume, high volume. – Ok, so, to achieve that, we need to move the speakers with a hand in the back so it seems that they are really rocking with the volume of music. – No. I don’t want lie. Make it real. -Ok, but the speaker does not move like that you see… – I´m the client. This is my request. – Ok you know what? Fuck it, lets do things your way fucker and see how it goes you moron (esto no lo digo, pero sí que lo pienso). Hacemos la toma. En realidad, para que las bocinas se vean “que se están moviendo” hay que subirle mucho al volumen del estéreo y las bocinas no se mueven. Minamino San se da cuenta de esto. – I want volume. I want speakers moving. Hard. Le subimos lo más que se puede al volumen y seguimos filmando. Las bocinas se mueven. Pero se mueven tan poquito que la cámara registra nada o casi nada del movimiento y esto para el comercial, no funciona. Se tiene que ver que las bocinas prácticamente revientan con el sonido. – ¡Súbele chingadamadre! Claro, como era de esperarse. las bocinas se truenan. Dejan de servir. A-la-mierda. Minamino San apenado por el desempeño de sus bocinas, dice: – Ok, let’s put hand inside speaker. And move it. Terminamos el shot. Terminamos la filmación. La toma del zoom back de la pantalla salió sin nigún inconveniente. – Ok señores that’s a wrap! La gente aplaude porque al fin terminamos esa filmación de mierda en ese día de mierda para estos clientes de Japón (sí, ya sé que lo pensaron). Me voy a mi coche. Maeda San y Minamino San se me acercan lentamente. Imagino que entre ambos me van a rebanar con la katana que por ahí han de traer, pero me sorprendo cuando los dos me agradecen todo el esfuerzo que el equipo puso en el día. Ahora soy yo el que no entiende nada. ¿Me estaban hablando en japonés? – ya nos veremos en la copia de trabajo – pienso. Por fin me voy a la mierda. Son las 3 de la mañana y como se imaginarán, ha sido un laaaaargo día y de verdad estoy hasta la madre. Lo único que quiero es llegar a mi casa tranquilamente y ¿qué es ese ruido? Me orillo y detengo el auto. Me bajo para encontrar que no una, sino las dos llantas de mi coche están totalmente desinfladas. No sé en qué momento, ni qué pisé, ni que pasó, el caso es que las 2 están ponchadas. Y pienso que con el resultado que vamos a tener con este comercial voy a estar en grandes pedos, así que añadirle a la cuenta de gastos del Director Creativo Ejecutivo de la agencia (o sea yo) un par de llantas “run flat” del washinburú de wanderfrú de la BMW, no va a hacer ninguna diferencia, así que me vuelvo a subir a mi coche valiéndome madre y arranco pensando que mañana, cuando sea otro día, llegaré a la concesionaria a pedir que me cambien las llantas por unas nuevas sin ningún costo, porque todavía están en garantía. Cuando me contesten que esto no se puede hacer, ya sé qué les voy a decir: – I´m the client, and this is my request.
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