Todos sabemos lo complicada y demandante que es la publicidad. Sí, es peor que una relación tormentosa amor/odio con tu pompi. Sí, hay días que quieres salir corriendo y tirarlo todo por la borda y otros donde simplemente te preguntas: ¿qué carajos hago aquí? Pero te tengo noticias, amas la publicidad con locura y sin control, si no, ¿por qué demonios sigues aquí? Tanto en el trabajo como en la vida misma, existe una mágica palabra que resuelve todo, una palabra que nos guía y nos demuestra de lo mucho (o poco) que somos capaces: compromiso. Cuando estás comprometido con lo que sea que te apasione, con esa idea, relación, trabajo o forma de ser, todo lo demás no importa, porque lo quieres, porque amas eso que dices amar y entonces, lo demuestras con cada paso, a cada momento, en cada acción. Pregúntate, ¿a qué te estás comprometiendo? ¿Con quién lo estás haciendo? ¿Eres comprometido? En esta ocasión hablo de publicidad, y sí, he de afirmar que más allá del ego, los premios o la posición, estoy comprometido con esto, acepté y acepto cada cosa que pasa porque decidí y elegí tener esto. La publicidad es apasionante, con subidas y bajadas, con emoción y tristeza. Es más cambiante que una mujer, más adrenalínica que cualquier juego mecánico y más demandante que las demandas mismas. Porque la publicidad, (como diría Cardós), es la vida misma. Y cuando vivimos una vida que nos apasiona, lo damos todo y seguimos en la búsqueda de mejoras para probar y probarnos que esta es la vida que elegimos. Y a ti, ¿qué te apasiona? Imagen cortesía de iStock
Comentarios