Con todas las críticas que he escuchado últimamente al Festival de Cannes, muchas de ellas justificadas, me he preguntado por qué voy este año y creo que seguiré yendo cada vez que pueda en el futuro. Lo primero es reconocer que tengo una muy fuerte conexión emocional con ese festival. Mucho de lo mejor que me ha pasado en mi carrera, ha sido producto de haber ido a Cannes. Las mejores ofertas de trabajo. Los encuentros más prolíficos con mis clientes. La posibilidad real que Cannes me dio de hablar del talento argentino primero y del talento latino luego. Le debo eso a Cannes y no es poco. Debo también reconocer que cada vez que voy a Cannes, aprendo. Mucho. Lo que hay que hacer. Y, mucho más importante, lo que no hay que hacer. Cannes me ha confirmado que estaba haciendo lo correcto en algún momento determinado de mi vida profesional. Cannes también me confirmó que estaba equivocado. Contar puntos para que gane la red a la que pertenecía la agencia en la cual trabajaba, me hizo sentir medio estúpido. Y lo que es peor, que estaba arriando una bandera bajo la cual había luchado toda mi vida: primero las ideas, segundo las ideas, tercero las ideas. Las consecuencias de producir una buena idea real que toque a la gente y posibilite el comportamiento deseado. Reducir mi vocación a un arqueo de tipo financiero me transforma en un idiota útil. Prefiero mantenerme como un romántico, por más inútil que esto sea. Además, soy esencialmente un pirata. No me siento cómodo como Almirante de la Royal Navy. Me queda claro entonces que lo que menos me importa de Cannes son los premios. Creo que los leones ya no diferencian, igualan. Creo, además, que se reparten demasiados. Y, en la mayoría de los casos, a las piezas equivocadas. Creo que esto se produce porque los jurados están demasiado poblados de profesionales bastante mediocres. Siempre pensé que el valor de enviar una pieza a un festival está ligado a cuánto te importa conocer la opinión de esos profesionales acerca de tu trabajo. El argumento de que ganar leones te ayuda en tu imagen es medio débil. Para mí- y creo que para muchos- las mejores agencias y el mejor talento no son los que más leones están ganando. Me gusta ir a Cannes para encontrarme con clientes. Fui de los primeros en llevarlos a Cannes a mitad de los 90. Me gustaba mucho ver el trabajo con ellos. He aprendido mucho con sus comentarios. Ven cosas en el trabajo que a mí no se me ocurre resaltar. Ahora es mejor, porque van muchos más. Por último, lo mejor de ir a Cannes es encontrarse con los amigos. Tantos amigos de tantos lados diferentes que puedo ver en esa semana. Ellos me inspiran, me ayudan a ver mis errores de apreciación, me empujan a seguir aprendiendo, me marcan el camino, me muestran cuando me estoy yendo al pasto… Y me dejan hacer lo mismo con ellos. Ególatras seguramente, superficiales a veces, ansiosos siempre, lo mejor que tiene nuestra industria somos nosotros, las personas enamoradas de las ideas. Seguir yendo a Cannes es una forma de no rendir nuestras banderas. A los pies de aquellos que, por sólo poner un ejemplo, el año pasado se pagaron a si mismos 500 veces más dinero que el que le pagan a talentosa gente que trabaja con ellos. Qué bueno que se viene otro Cannes.
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