Manejar conceptos a nivel cognitivo, dejándonos influenciar por la imagen que ofrecen los profesionales que los abanderan o por lo que se dice de ellos en los corrillos empresariales, es como querer jugar al pádel en el Circuito Mundial, sin haber pisado nunca una pista, por el mero hecho de haber visualizado 200 horas de partidos y confiar en lo aprendido en ellas. Pues eso es lo que sucede con el concepto “asesoría”. A nadie hay que explicarle qué significa y acudir a definiciones académicas es tontería, pero en realidad el tema es mucho más delicado de lo que parece. La historia de la civilización está marcada por grandes personas cuyos destinos fueron forjados al lado de grandes asesores. Incluso las más exitosas empresas adquieren esos tintes precisamente porque sus dirigentes han sabido rodearse de profesionales tan capacitados que actúan cual consejeros expertos, asesorándoles en la toma de decisiones. Pero cuando aterrizamos en la realidad esencial del asesoramiento empresarial externo, ese tan necesitado por las empresas para desarrollar con garantía su día a día como negocio y ente productivo, vemos que los mágicos aspectos de los grandes asesores desaparecen en una especie de niebla en la que nadie acierta a ver ni entender qué sucede. Y cuando el asesoramiento pisa terreno tecnológico o de Internet el miedo se apodera de las empresas, porque muchas no son capaces de entender los modelos ofrecidos ni el beneficio para sus empresas. No es buena señal que a estas alturas estemos en esa tesitura porque precisamente ese es el sentido del asesoramiento, actuar sobre el desconocimiento del empresario para mostrarle derivadas de su negocio que le permitan diversificar y crecer de nuevo. Toda empresa necesita de un asesoramiento en varios temas que se encargue de la estabilidad funcional de la misma, para que ésta pueda dedicarse de lleno a su modelo de negocio. Y el asesor debe ser eso, asesor y no derivar por desidia en un mero rellenador de papeles o en un caro cuenta-cuentos, porque cuando el profesional asesor decae provoca el colapso del concepto “asesoría”. Y por otra parte, la empresa debe adquirir conciencia que esa parte de su empresa es de vital importancia para el desarrollo del negocio y por ello debería optar al mejor servicio posible. Y si el asesor no es bueno, hay más y hay que cambiar, siempre en pos del beneficio de la misma. Y por lógica, el empresario debe ser fiel a las recomendaciones del asesor, que por algo lo es. Pero en estos momentos notamos en el ambiente y no de hace poco, que ese binomio profesional “asesor-asesorado” está pasando momentos de auténtica penuria funcional. El mercado está saturado, la empresa tiene ante sí un exceso de oferta en asesoría, donde la batalla por el precio más económico y con regalo incluido, si se tercia, es la única premisa. Y el asesor tiene ante sí una empresa a la que no le va a interesar nada más de ella que el precio y acabar rápido, lo que redunda en los servicios ofertados al abocarle esa lucha de precios, a una menor propuesta de servicios o calidad de los mismos. Todos sabemos que los milagros no existen, al menos en la empresa. Y toda esa vorágine de lucha competitiva absurda y sin sentido por ser el que ofrece el precio más bajo y el mejor servicio, – el que confíe en serio en eslóganes como éste debe hacérselo mirar -, sólo conduce a una salinización del pozo del negocio competitivo en ese sector, donde una vez ha entrado el referente único del precio, cual caudal de agua salada, el pozo se convierte en irrecuperable. Olvidemos las horas de pádel que hayamos visto en televisión y pisemos la alfombra de césped artificial con la pala en la mano, para evaluar en verdad lo que ese deporte propone y supone para mis intereses. A partir de ahí seremos capaces de decidir con conocimiento de causa si empezamos a jugar a petanca. Fiarse pasa hoy día por evaluar y asegurarse de los valores que me son aportados. La empresa necesita asesoramiento de calidad que ofrezca garantía funcional. Debemos detener la masificación del mediocre que vende sin servir y sirve sin solucionar. Hay que erradicar a todos los que tienen como premisa documental el copiar-pegar de Internet. Es urgente como empresario entender qué carencia tengo, qué necesito y quién puede proporcionármelo con garantía. Y si tengo que asesorarme para poder asesorarme, adelante, si el fin es la salud de mi empresa, soy dueño de los caminos que recorra para conseguirla. La incomprensión del binomio empresario-asesor genera alteraciones en la inercia competitiva, aislándonos poco a poco del pelotón. Y cuando se suben puertos, como es el caso de los tiempos que corremos, perder rueda puede ser fatal. Es obvio que el desconocimiento es muy peligroso y que debemos velar como profesionales por ser capaces en nuestro puesto, seamos empresarios o seamos asesores. La combinatoria entre ambos sólo tiene un resultado efectivo: buen empresario y buen asesor porque cualquier de las otras genera situaciones complejas. ¿Qué hace que esa persona tras su mesa de despacho se dote de derecho a poner en duda los costes profesionales y tildarlos de excesivos? ¿En qué medida es fácil nadar en un río repleto de pirañas hambrientas de precios tirados cuando el servicio compite por calidad y no por precio? ¿Por qué a mitad de la segunda década del siglo XXI muchos empresarios siguen defendiendo que los servicios externos no son necesarios cuando comandan una empresa a modo de barco a la deriva, muy necesitado de ellos y todo por desconocimiento sobre sus carencias y necesidades? Seamos serios. Seamos, como empresarios, firmes en demandar calidad y servicio en asesoramiento, exigible sin bula al asesor. Seamos, como asesores, profesionales de lo nuestro, buscadores de la excelencia personal y profesional, e inamovibles en nuestra oferta de calidad de producto, servicio y precio. Y sobre todo, no perdamos inercia competitiva por no querer asesorarnos.
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