No hay nada más contraproducente en una empresa que poner una traba cuando acaba de detectarse un problema. Es sabido que somos un país orientado al problema y amante de sus entresijos. Somos especialistas en complicar las cosas para compensar, en ocasiones, nuestras carencias y nos encanta tener a alguien en el punto de mira como responsable del problema, lo que nos aporta una especie de aura de paz con aquello del “ufffff, no he sido yo”. Así es, esa exclamación nos confirma que en ocasiones no acertamos a identificar si el problema recién nacido es culpa nuestra, no controlamos en qué punto del proceso una incisión nuestra pueda haber sido causante del desastre, lo que nos transmite muy claramente que hay situaciones en las que no sabemos qué estamos haciendo. Y no, este no es un post negativo. Porque desconocer la diferencia entre negatividad y realidad puede marcar el rumbo de un equipo, de un proyecto e incluso de una empresa. Además si fuera negativo os aseguro que no lo habría escrito porque para toxicidad, la que ya hay, pero en los tiempos que vivimos, donde los problemas vienen solos por la especial situación socio-empresarial, lo que sobra es gente que fuerce los pistones de la maquinaria del problema. Hace un tiempo se puso de moda la etiqueta “gente tóxica” y pienso que con acierto. Porque queramos o no, todos tenemos, como mínimo, un tóxico identificable más cercano de lo esperado o deseado. Es ese alguien nacido para sembrar nuestro campo de crecimiento con la mala hierba de la inquietud, la duda, son buscadores de resquicios por donde colar desasosiego en cualquier momento que nos encontramos con él o ella. Y si ello es vivido en la empresa, aquí la urgencia se convierte en aguda, una necesidad irrenunciable de tratar esa patología. Y por desgracia, la toxicidad es otra de esas cosas que pensábamos que la crisis desinfectaría pero que ha resultado ser al revés porque, sin duda, los problemas crecen. Por ello necesitamos ser quirúrgicos. Hay que focalizar la toxicidad en nuestras empresas y ser diestro con su extirpación porque los cosas son mucho más simples de lo que pensamos siempre que estemos capacitados para entender su simplicidad. No decimos que sean fáciles, decimos que son simples que no es lo mismo ni de cerca. Y hay aspectos curiosos que las definen. Cuando les comentas algo suelen responden a tu comentario empezando con un «no, pero …» aunque al final opinen lo mismo que tú. Es curiosa la fuerza de la negatividad. Y cuando hay propuestas o necesidad de incremento o derivación de trabajo en un grupo o equipo son como presos en fuga. Son los que hacen con extrema exclusividad lo que piensan que su puesto les exige y rehúyen participar y ser participados. Para ellos es una actitud, un modo de vida. Pero lo delicado de esa actitud no es que vivan de ella sino que conviertan en sufridos partícipes al resto. Y eso es lo que no debemos permitir: limpiemos nuestra lista de tóxicos. Nuestros escudos protectores deben estar programados para diferenciar de base a un tóxico de alguien que en un momento puntual relata su realidad por estar viviendo un mal momento personal o profesional. El primero aporta el problema para hacernos partícipe e implicado en él y así hacerlo crecer. El segundo resume la cruda realidad en un intento de encontrar entendimiento en un tercero y una luz al final del túnel. Y mucho condicionante tóxico proviene de la ignorancia y vive apegado a ella, a su ansia por querer «ser alguien» y recibir un reconocimiento sólo validado por mérito, víctima de una escalada profesional no asimilada que le han supuesto una confirmación del Principio de Peter de escalar a su máximo nivel de incompetencia. En definitiva, una vez llegado a su cima, se aferrará a cualquier saliente para no caer. Baltasar Gracián dio en el clavo, sin duda, cuando dijo que “el primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. Pesimista por naturaleza, el tóxico abona con incertidumbre y creencias limitantes cualquier propuesta que llega a su regazo, atesorando una capacidad y energía inusitadas en la lucha por lo irracional y contraproducente. Son capaces de dejarnos siempre sin herramientas porque no encuentran nunca la correcta. Y sí, sí existen estas personas, las conocemos, conviven con nosotros, son nuestros jefes o empleados, nuestros amigos o parientes. Y no pasa nada, le gante es libre de ser como desee pero si apelamos a un espíritu de positivismo y crecimiento personal y profesional, no queda alternativa que alejarse de ellos si el camino elegido es el de la toxicidad. El optimismo será, sin duda, el combustible de estos próximos años. Es evidente que el optimismo por sí mismo no genera resultados pero nos coloca en una posición de privilegio en lo que a actitud ganadora se refiere. Porque la toxicidad es cuestión de actitud, de mala actitud en realidad y el futuro de nuestros negocios pasa por ser optimistas como refleja César Piqueras en su post Empresas Optimistas, ¿serán el futuro? El caso Vygon España. Yo ya he empezado a limpiar mi lista de tóxicos, ¿cuándo empiezas tú?
Discussion about this post