En su reciente libro “Kassel no invita a la lógica”, el escritor español Enrique Vila-Matas se refiere a una circunstancia que he padecido en innumerables ocasiones –me atrevo a suponer que nos ha sucedido y nos sigue sucediendo a todos. Se trata de aquellas situaciones en las que alguien nos dice algo que merece una réplica ingeniosa, inmediata y contundente, pero esa réplica se nos ocurre después, cuando ya es fatalmente tarde. Vila-Matas cuenta que los franceses tienen un nombre para esos momentos: “l’esprit de l’escalier”, esto es, “el espíritu de la escalera”. La denominación se debe a que “cuando uno encuentra la respuesta correcta, esta no sirve porque ya estás bajando la escalera y la réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba”. El barcelonés define a esta situación, de manera muy acertada, como un tormento. Es importante señalar que en francés “esprit” no sólo quiere decir “espíritu” sino también “ingenio”, y es así como debería traducirse la expresión, ya que esta fue creada por el filósofo Denis Diderot en su obra “La paradoja del comediante”, durante el siglo 18, y en aquella época la acepción principal de “esprit” era, justamente, “ingenio”. La escalera a la que aludía Diderot era la tribuna de oradores, que suelen encontrar su más ingeniosa argumentación cuando ya están bajando del estrado. Es entonces, continúa el filósofo, cuando se frustran, se lamentan y hasta se sienten culpables. Otro filósofo, Jean-Jacques Rousseau, reconocía su angustia al encontrarse en una de esas situaciones, y dijo sobre sí mismo que por eso era mejor en “conversaciones por correo”. De modo más pedestre o no, la serie “Seinfeld” incluyó un episodio llamado “The Comeback” (“La Respuesta”) en el que a George Costanza se le ocurre una réplica tan ingeniosa y ofensiva como el comentario denigrante que acaba de recibir de un compañero de trabajo. Cuando su compañero es trasladado a otra ciudad, la obsesión de George lo lleva a esa ciudad para poder contestarle. Obvio: ya es demasiado tarde. Es inevitable cerrar este breve informe con una alusión a mi profesión de publicitario. Con mucha frecuencia se me han ocurrido maneras de defender un trabajo ante la descalificación del cliente. Y se me han ocurrido tarde: no necesariamente en una escalera, sino también en un ascensor, en un taxi, o ya de vuelta en la agencia. Desde luego, si la réplica ingeniosa hubiera aparecido en el momento adecuado, es decir, durante la reunión, el mismo cliente habría encontrado otra manera de descartar la idea, y otra más, hasta llegar al terminante “no me gusta”. Y contra ese argumento, no hay espíritu de la escalera que valga.
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