La novela “Station Eleven”, de la canadiense Emily St. John Mandel, es tan extraordinaria que me permito recomendarla desde este humilde espacio. El título se traduce como “Estación Once” pero nada tiene que ver con la estación terminal del Ferrocarril Sarmiento argentino, aunque gran parte de la historia tenga lugar en un ambiente postapocalíptico no muy diferente del que se observa a diario en ese tren. Sostener que esta novela es una más del género apocalíptico tan de moda (incluyendo sus variantes con zombies, aliens, bombas atómicas, asteroides, etc.) no le hace justicia. El libro tiene una estructura compleja que intercala secuencias que narran el antes, el durante y el después de una epidemia denominada “Georgia Flu”, la Gripe de Georgia –el país, no el estado sureño de los Estados Unidos. Las primeras páginas describen una puesta de “El rey Lear”, la obra de Shakespeare, en un teatro de Toronto, Canadá. Su protagonista es Arthur Leander, otrora gran estrella de Hollywood y en ese momento, con 50 años, dispuesto a dedicarse a las tablas aunque aún muy famoso, menos por sus éxitos profesionales que por sus insistentemente fracasados matrimonios. Apenas comenzada la representación de “Lear” de esa noche, Leander muere de un ataque cardíaco. Un espectador salta al escenario para intentar ayudarlo. Una nena que es parte del reparto –la puesta es muy audaz, por eso incluye chicos que en la obra original no están– ve morir al actor, del que se había hecho amiga. La encargada de cuidar a los niños es testigo de los vanos intentos por resucitar a Leander. Todos estos personajes, y varios más, irán apareciendo a lo largo de la novela en diferentes situaciones que tienen que ver con la epidemia. Porque sucede que esa misma noche llega a Toronto la Gripe de Georgia. Ese primer capítulo termina con una página (UNA PÁGINA) tremenda, sobrecogedora, en la que la narradora enumera todo lo que ya no será igual. Tanto, que los sobrevivientes calculan que la epidemia ha matado al 99% de la población mundial. Entre aquellos que sobreviven, están los integrantes de la autodenominada Travelling Symphony, la “Sinfonía Ambulante”, un grupo de artistas que recorre las ruinas de la civilización humana ofreciendo representaciones teatrales (Shakespeare, de nuevo) y musicales (Beethoven, Mozart, etc.). Kirsten, una de las artistas, se comporta según una frase extraída de, nada menos, Star Trek: “Sobrevivir es insuficiente”. Por eso la elección del arte como casi el único alivio contra la desolación. La novela va todo el tiempo hacia adelante y hacia atrás, relatando la previa de la catástrofe, las actitudes de diferentes personas ante ella, y diversos momentos posteriores: unos días después de la epidemia, un año, cinco años, diez, veinte. La narración describe momentos como el establecimiento de una colonia en un pequeño aeropuerto, la instalación del Museo de la Civilización, las pretensiones mesiánicas de algunos, y un largo etcétera. Estos saltos temporales y de protagonista no desbaratan el hilo de la historia sino que, maravillosamente, la hacen sólida y apasionante. No me quiero extender sobre lo que sucede, aunque tampoco se trata de una de esas obras a las que un “spoiler” pueda arruinar. Sí está bien mencionar la constante presencia de la Station Eleven que da el nombre al libro: se trata de un cómic creado por una de las esposas del actor Leander, y que aparece una y otra vez a lo largo de la historia, siempre de manera significativa. La novela tiene varios temas; a mí me parece que la imprescindible relación entre humanidad y arte es el principal. No es poco. Lamentablemente entiendo que, al menos por ahora, no hay planes para editarla en español. Si leen en inglés, consigan el libro ya. Si no, empiecen una campaña en change.org para su edición en castellano. Vale la pena: opino que Emily St. John Mandel, con sus escasos e insolentes 35 años, ha creado una obra maestra.
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