Cuando estamos en un pitch la agencia se transforma. Adrenalina, incertidumbre, horas y horas preparando la presentación, las piezas, tratando de interpretar el brief (cuando lo hay), corrigiendo, peloteando, haciendo cambios de último minuto y la motivación a tope. Desde que nos invitan a participar la emoción crece: planning investiga todo lo que puede sobre el cliente, su marca y sus consumidores, creativo genera un montón de ideas, cuentas picha las chelas y la pizza para la desvelada y hasta los VP se quedan a revisar y trabajar para ganar la cuenta. El día de la presentación hay mucha emoción, cuando el equipo que va a pitchar sale de la agencia le echan porras y buenos deseos y cuando regresa todos preguntan “¿cómo nos fue?” así en plural, bonito, como equipo. Todos nos apoyamos y estamos al pendiente y vivimos esta pasión que tan necesaria y característica de la publicidad. ¡Ganamos! Y entonces se nos olvida todo el amor, la pasión y la entrega que tuvimos por el cliente cuando era pitch. Nos molesta desvelarnos, el equipo se separa en la bruja de cuentas, los divos de creativo, planner ya no pela la cuenta, el cliente se convierte en el pinche cliente, los conceptos y las ideas ya no son tantas, las sorpresas para impresionar al cliente se acaban y ya no queremos que los VP opinen sobre nuestro trabajo, vamos y venimos de presentar y a nadie le importa el resultado. Cada campaña es un pitch. Cada campaña es una oportunidad para re inventarnos y re inventar la comunicación de nuestras marcas. para superar lo que hemos hecho, sorprendernos, atrevernos a proponer y mantener la tensión creativa que nos mueve a hacer las cosas cada vez mejor. Y bueno, esto no solo aplica a la publicidad, porque al final del día, life’s not a bitch, life’s a pitch. Imagen cortesía de iStock
Discussion about this post