La sociedad, inducida sin duda por la televisión, los medios sensacionalistas de colores y una general falta de discernimiento, ha aceptado hace ya años que ir por la calle luciendo una máscara parece mucho más rentable y efectivo para muchos que mostrarse como realmente son. En Italia, los bufones conocidos como «Arlequín» pusieron de moda las máscaras en la antigua Venecia inspirando así lo que más tarde se conocería como el Carnaval de Venecia, siendo sus máscaras herramientas de poder para ocultar los verdaderos sentimientos de sus portadores. Han pasado los años, los carnavales son meros festejos pero las máscaras siguen ejerciendo su función. Sin embargo son las que no se ven las verdaderas protagonistas. Tomar el camino de la creación y gestión de proyectos colaborativos, tan de moda en estos tiempos, tiene un alto componente de riesgo si a uno le cuesta identificar a los «Arlequín» del siglo XXI y vislumbrar con certeza si la persona con la que se emprende el viaje es interesante o interesada. Los momentos de quebranto económico cambian a las personas y el miedo aflora, por ello muchas personas siguen temiendo hablar de la crisis, de las empresas que cierran y de los profesionales cualificados que sufren desempleo. Y ello es porque confunden una manifestación de la realidad para saber cómo afrontarla con el carácter pesimista. ¿Y qué pasa con los interesantes y los interesados? Si uno es interesante tratará los problemas existentes con un paliativo en forma de solución, enfocándose siempre a ella y nunca al problema y mucho menos a los posibles inductores del mismo. Si uno es interesado intentará ocultar al máximo esos problemas, nos orientará hacia el inductor si acaban aflorando y, finalmente, intentará sacar provecho propio del ambiente de miedo generado por la situación. Por ello aprender a diferenciar la realidad del pesimismo es entender la diferencia entre el interesante y el interesado. Si acometemos un proyecto, el interesante aportará su trabajo junto al nuestro con limpieza y el foco puesto en hitos futuros. El interesado esquivará al máximo disimulando su falta de competencia con historias y viendo cómo puede desacreditar en la sombra para ir adquiriendo «acreditación propia». Interesante e interesando cuadra metafóricamente con simbiosis y parasitismo. Vemos que muchas empresas y proyectos tienen problemas de desarrollo por no saber o poder diferenciar a tiempo al interesante del interesado. No debemos evitar a los «Arlequín», no hay que obviarlos públicamente para evitar el «qué dirán» ni pensar que por no prestarles atención van a desaparecer, porque al contrario que desaparecer, medran y son precisamente ellos los responsables de que muchos interesantes deban esperar otra oportunidad. Sus máscaras esconden, al igual que las de los «Arlequín» originales, sus verdaderos sentimientos y, en nuestros días, sus verdaderas intenciones. La ignorancia es muy peligrosa y una máscara permite, durante un espacio de tiempo aleatorio e indeterminado, mostrarse a los demás como no son. Suelen ser individuos que suplen sus carencias adaptativas, cognitivas y/o profesionales con un amplio abanico de historias con fecha de caducidad. ¿Cuántos se apoyan en el conocido «soy muy amigo de…» en un intento de forjarse una importancia simbiótica irreal, inservible y absurda? ¿Qué irracional proceso mental hace pensar a esa persona que nos aporta valor sólo por ser amigo de alguien? ¿Cuántos siguen viviendo al amparo de un cargo redactado bajo su nombre en la tarjeta de visita? ¿Cuántos siguen subsistiendo aportando a día de hoy lo que «fueron» en el siglo pasado? Ahí es donde entra el poder del interesante, su capacidad para crear simbiosis de valor por el simple hecho de ser como es. El interesante no necesita venderse, es asimilado por detección de capacidad. El interesante no necesita ser amigo de otros para posicionarse porque su posición muestra que el proceso profesional creativo o funcional no depende de en quién te apoyas para mostrarte sino de lo que aportas y muestras siendo como eres. Por ello y siendo fieles a Darwin, evolucionemos. No nos interesa ser los más fuertes sino los mejor adaptados al ecosistema. Y si no conseguimos un ecosistema, creemos el nuestro propio al nivel que necesitemos, definamos un entorno donde se den las condiciones idóneas para desarrollarnos con los que son interesantes para ser personal y profesionalmente eficientes y felices. Aquí las emociones juegan un papel vital ya que necesitamos equilibrarnos con personas afines de mente y corazón con las que crear líneas de conocimiento y vida. Y saber gestionar nuestro conocimiento es una premisa base para nuestro desarrollo. Es tan simple, que no sencillo, como optimizar el uso de los dos hemisferios del cerebro olvidando que nos educaron centrados sólo en uno y usar la lógica y las emociones para ser, simplemente, seres humanos. Nuestro objetivo debe ser actuar en modo preventivo y protegernos de esta especie que, lejos de estar en vías de extinción, ve en la crisis un sustrato de crecimiento y beneficio personal. Los barcos que hacen travesías en latitudes glaciales tienen un rumbo fijo con un puerto de llegada marcado y, por el camino, van eludiendo los icebergs que encuentran a su paso. Es una buena estrategia a seguir porque de esta forma, nuestra calidad humana acabará desenmascarando al «Arlequín» y dejándolo como lo que en realidad es, un bufón.
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