Todo empezó hace algunos años cuando me marché en busca de un trabajo. Haber sido seleccionada para la final del Club de Creativos como estudiante no era suficiente para conseguir un contrato en prácticas de 6 meses en una pequeña agencia 40 horas a la semana. Así que bendije el momento en el que empecé a estudiar otro idioma a la vez que seguía con la Universidad; tantos días sin pausa para comer yendo de la facultad a clases de idioma y vuelta…para llegar aquí con un contrato en prácticas gracias al nivel B2 que conseguí después de 5 años de escuela de idiomas. Poco a poco…combinando trabajitos de camarera aquí, de ayudante de catering allí, haciendo números, dejándome estafar por el único cuchitril que mi contrato en prácticas a tiempo determinado me permitía pagar conseguí un contrato como junior. Todo esto después de 6 meses de prueba en los cuales en este país pueden despedirte sin más explicaciones y cada semana la reunión con mis superiores se resumía en: «tu nivel de idioma no es lo suficientemente bueno», «esperamos mucho más de ti». Tras meses superando la presión, las contracturas en el cuello y los hombros conseguí un contrato indefinido que meses después me llevó a dejar de ser junior. No tengo quejas del sueldo (que dista bastante de ser el mismo que se cobra en otras agencias del ramo) ni de las horas extra que a veces se nos permite recuperar en los periodos que la empresa decide que no son perjudiciales para el ritmo de trabajo; lo que viene siendo después de arrastrar las consecuencias varios meses. No me quejo por eso, ni por los meses en los que se nos prohibe tomar días libres a no ser que tengamos prescripción médica para ello. No me quejo de nada de esto, pero me quejo de que la hija del jefe, que no habla el idioma, haya entrado por la puerta de atrás, me quejo de que mis jefes crean que mi trabajo consiste en ser su asistente personal, traducir todo para ella y acompañarla a todas partes, papeleos de seguro médico incluidos. Me quejo de que «mi conocimiento del idioma no sea lo bastante bueno» y el suyo simplemente es inexistente, pero claro, «debemos ser comprensivos» porque nunca ha salido de casa y es su primera experiencia laboral. Lo lamento, lamento que mientras algunos nos pelamos los codos en universidades públicas manteniendo becas y trabajando en hostelería, haciendo prácticas sin cobrar un euro por las que había que encenderle velas a todos los santos para que te eligieran (gracias, abuelita) ella estuviera ocupada viajando a Cancún, Miami y L.A. con papá. Me disculpo por no ser de las que busca los enchufes para hacerse camino. Me duele y me da vergüenza ajena que cuando le hablo de Pitch, Cannes o el FIAP me diga: „¿y eso qué son?“ mientras cree que llegará a lo más alto porque ella lo vale. Quizá he sido una inocente que pensó que en la empresa privada eso no podía suceder, lamentablemente lo mismo da. Existe la política de contratación en la que prima «ser hijo/pariente/amigo de…» antes que cuál es tu curriculum y que aptitudes aportas a la empresa. ¿No queríamos globalización? ¡Bienvenidos a un mundo laboral en el que nacionalidad / origen / sexo o religión no importan! Me repito a mi misma cada día que en el mundo hay cientos de personas mejores que yo y cientos peores, por lo que debo dar lo mejor de mí misma para conseguir mis objetivos. El problema es que siempre habrá otros dispuestos a usar el comodín del padrino para entrar pisando la alfombra roja y no les importa las cabezas que pisan para llegar a lo más alto. Firmado: Una pequeña hormiguita P.D. Gracias por la terapia de grupo 😉 Imagen cortesia de iStock
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