«Ten cuidado con los que saben escribir, pues tienen el poder de enamorarte sin siquiera tocart…» wait, no. Las palabras sí tocan, tocan el corazón. Pero no empecemos con cursilerías, me enamoré de un copy, no de un poeta renacentista. Un copy, ese extraño ser posiblemente construido de ojeras, con el pelo un tanto desordenado (pues sus ideas no podrían vivir en otro lugar), con un lápiz siempre a la mano y obviamente, ideas impecablemente expresadas para cualquier cosa que le corriera por la mente. Sí, un copy, un equilibradamente desequilibrado de los buenos textos, una máquina de ideas y de discusiones interminables, una pequeña biblioteca portable con delirios a veces novelescos y coqueteos tan románticos como su vida misma. Pues sí, ¿cómo no enamorarme de él/ella si su misma labor es enamorar a los consumidores de una marca? Es difícil resistirse a sus encantos literarios, a los mensajes ocultos en cualquier body copy y a las cartas de amor en las que Gmail es el mensajero. Pero, ¿qué tiene un copy que no tenga alguien más? Bueno, la respuesta es difícil pero podría dar una un poco adecuada: nada más enigmático que ellos mismos, capaces de escribirle desde una apología a una lata de atún, y hasta una pequeña frase que defina su amor más grande. Y sí, este amor a los copys es porque me gustan las buenas historias y estas, solo las han vivido quienes saben cómo contarlas.
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