La Navidad que acabó con los libros… O mejor dicho con los libros de papel al menos para una servidora. No podía seguir luchando contra las compañías aéreas para poder llenar mi maleta de cabina de libros y disimular que pesaba menos de ocho kilogramos. Es el precio de vivir en un país con otra lengua distinta de la materna, que más pronto o más tarde caes en la tentación de leer algo que esté en tu idioma y cuando vuelves compras un libro y otro… Fue Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, el que a través de una magistral campaña de comunicación consiguió que todos los hogares americanos con una estantería en sus salitas tuvieran siempre espacio para nuevos libros. ¿Qué otro sentido podría tener la estantería sin hueco para las novedades? Esta era la preocupación de un grupo de editores tras el viernes negro de 1929. Las editoriales respondieron rebajando el precio de los libros ante lo cual se planteaba el «problema de los libros usados». Una vez que todos los americanos hubieran llenado sus estanterías de libros ¿quién compraría nuevos libros? La respuesta de Bernays fue crear nuevas bibliotecas a las que donar los libros ya leídos para beneficio de la comunidad que podría acceder a ellos sin ocupar espacio en las estanterías de casa y a la vez, degradar a aquellos que no tenían una estantería con libros de manera que se incentivaba la donación de libros a bibliotecas y a la vez se veía con malos ojos a quienes no tenían dinero para comprar las últimas novedades. Ése era el panorama entre 1929 y 1931. Hoy día entre 2014 y 2015 el libro ha muerto ¡larga vida a la literatura! Gracias a los ebook o lectores electrónicos, es posible contar con una biblioteca de 500 ejemplares que cabe en un bolsillo. Seguirán existiendo los libros de siempre, los clásicos acariciados por quienes se resisten a desprenderse del tacto del papel pero para mi esta Navidad el libro de papel ha muerto lo que me lleva a la duda existencial ¿para qué quiero una estantería? Imagen cortesía de iStock
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