Cuando tenía aproximadamente seis años sabía perfectamente como darle rienda suelta a mi cerebro. Descubrí que mi imaginación causaba furor en reuniones familiares y que era una maravilla tener al público cautivo escuchando la historia de una niña que subía a la montaña rusa en vez de ir a la escuela o que volaba por las noches para viajar a otro país. Me parecía interesante la cantidad de ocurrencias que se creaban en mi mente, pero ¿dónde se estudiaba eso? Y gracias al impulso de mi abuela diciendo “tengo una nieta tan creativa que seguro va a ser directora de cine” tuve mi primera inquietud profesional. Con el tiempo me di cuenta que la creatividad es nata en el ser humano, mis apuntes de universidad decían que la creatividad no es un don divino, es un potencial que todos los seres humanos poseemos. Por ejemplo, Erich Fromm dijo que no es una cualidad de la que estén dotados particularmente los artistas u otras personas, sino una actitud que puede poseer y realizar cada hombre. Así que la abuela no tenía una erudita, simplemente la niña tomaba su imaginación como se le viniera en gana. Increíble como el ser humano refleja esa creatividad con el paso del tiempo, construyendo edificios, escribiendo libros, creando pinturas, cartas de amor, monumentos, etc. Todos en menor o mayor medida, porque nadie es más creativo que otro, en ningún lado se obtiene un posgrado en creatividad humana, solo es cuestión de actitud. Imagen cortesía de iStock
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