Vemos en la pantalla de la televisión a una mujer saltando con flores a su alrededor mientras trapea el piso de su casa. Hay música de fondo y se le nota sumamente feliz. Salen bailarines a su alrededor; todo es increíble. Sería una pena decir, que eso en la realidad no sucede: que la señora ama de casa en la vida real no se le ve muy feliz trapeando, no hay bailarines en su hogar y las únicas flores que tiene, están en una maceta que lleva cuatro semanas sin ser regada. Triste pero cierto. Entonces, si nada tiene que ver esto con el mundo real, si en nuestra vida cotidiana no sucede y mucho menos las amas de casa aspiran a ser ese tipo de mujer, ¿por qué seguimos viendo una y otra vez este tipo de comerciales basura? ¿Por qué seguimos haciendo este tipo de contenido que sabemos que las personas se han aprendido de memoria, que no sorprenden y que la única respuesta que crean en ellas, es querer cambiar lo antes posible el canal de la televisión? Toda mi vida he pensado (o al menos en los últimos años) que algo que amo de la publicidad, es la forma en que refleja (de una manera muchas veces exagerada) a la sociedad. Pero la refleja. Es como una voz que se hace escuchar, que representa a millones de voces. Por lo tanto, la publicidad no debe imponer tipos de modelos que cree que las personas son, sino entender, que quien tiene que adaptarse al otro, es ella a la sociedad. Hoy vivimos en una era en donde todo se cuestiona. Y además de que se cuestiona, tenemos todas las herramientas y medios posibles para comprobar lo que sea. Ya nada se cree, hoy todo se duda. Por lo tanto, cada vez es más necesario crear piezas publicitarias que sean coherentes, y por coherentes no me refiero a cosas serias y racionales, sino a entender que el consumidor hoy critica y comenta acerca de lo que recibe porque no se identifica con lo que ve, ya que no lo reflejan. Para mí, ésta es la peor desgracia que puede pasar en el mundo publicitario. Si pasáramos más tiempo oyendo lo que las personas piensan y sienten y menos tiempo concentrándonos en nosotros mismos o en lo que creemos que ellos necesitan, la comunicación daría un giro totalmente distinto. No debemos olvidar que el fin último de la publicidad es llegar a las personas, a sus pasiones, miedos y sueños; es nuestro trabajo como publicistas reflejarlos, no imponerlos. Es nuestro deber recordarles que estos viven dentro de ellos, dentro de esa gaveta empolvada que todos escondemos y que están ansiosos por ser descubiertos.
Autor
Laura López Trujillo
“Aún no sé cuál es mi misión en este mundo y espero no saberla pronto, mientras tanto soy estudiante de Publicidad en la ciudad de Puebla y me encanta leer cualquier cosa que se me ponga enfrente. Escribo en mis ratos libres, soy extremadamente observadora y amante de las series de televisión”.
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