Se necesitan alrededor de dos horas por un camino montañoso y sin pavimentar para llegar al rancho de mi familia. En ese lugar, llamado La Calera, se encuentra una casa, varios corrales en donde se alimenta y cuida del ganado, una noria, un par de abrevaderos y una huerta; fuera de eso el paisaje es sólo monte y cerros. Además de todo lo que esto representa, a una hora en caballo, en medio de la nada, se encuentra Baroyeca, un pueblo fantasma. Esta casa, a pesar de ser bastante cómoda y agradable, no contaba más que con lo necesario, las habitaciones estaban decoradas de forma austera, no había agua potable, luz eléctrica ni alguna otra comodidad; en este lugar pasé los primeros años de mi vida y gran parte de mi adolescencia.
Mis padres me llevaron a vivir a este lugar poco después de haber nacido, mi contacto con la naturaleza fue inmediato y abrupto, no había nada más que la inmensidad del bosque, estaba viviendo en carne propia la naturaleza tal como lo describe Kant: “lo bello de la naturaleza tiene que ver con la forma del objeto, con su límite; lo sublime, al contrario, se encuentra en un objeto sin forma, porque en él, y por él, se representa lo ilimitado, en su totalidad” (Kant, 1790). Mi interacción durante mis primeros años, ese aislamiento radical del que fui objeto debido a mi circunstancia, me llevo a observar con una perspectiva diferente a la naturaleza, de igual forma, mi impresión de lo sublime fue abrumadora; tengo el vívido recuerdo de estar viendo llover en el porche del rancho, mientras observaba anonadado el desbordamiento del río que cruzaba a unos cuantos metros de la casa, y al cabo de unos segundos quedar cegado por una luz, seguido de un sonido estruendoso, parpadeo y soy testigo de cómo un árbol se abre en canal, las astillas, cual entrañas, saltaban por doquier y ardían, para verse consumidas al instante por la lluvia que no cesaba. Sublime. Al cumplir seis años nos trasladamos al pueblo más cercano para entrar a la escuela primaria, en ese momento tuve mi primer encuentro con otros niños de mi edad y con la sociedad. Aclaro que no había tenido contacto con otros niños y el tener que aprender a interactuar con más personas de mi edad fue un reto grande para mí en aquel momento, aunque creo haberlo hecho bien. Esta nueva dimensión no me separó de la naturaleza, ya que mi verano consistía en pasarlo en el rancho, así como cualquier otra vacación. Podría decir que no hubo nada que me hiciera gozar y fortificara mi imaginación de la forma en que lo hizo mi contacto con la naturaleza, con aquel rancho, “lo bello se acompaña con un sentimiento de facilitación e intensificación de la vida, y es amigo del goce y del juego de la imaginación” (Kant, 1790), de la misma forma creo que mi primer acercamiento a lo sublime me fue dado gracias a ese inconmensurable sentimiento que la naturaleza en sí me otorgó, los cielos en un mar de estrellas, cielos que nunca he vuelto a encontrar en ninguna otra parte, tormentas y su escalofriante belleza, la fuerza de kilómetros de espesura extendiéndose sin encontrar fin, para mí “lo sublime es un placer que nace indirectamente, del sentimiento de una repentina suspensión de las facultades vitales, seguida por un abrupto desbordamiento de las mismas” (Kant, 1790). Fue tanto lo que aquel lugar me dio, que en el momento que tuve oportunidad me alejé de él, o como lo dice Sabina “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Al poco tiempo de separarme de aquel lugar sublime y su majestuosidad, comencé a vivir en un pueblo llamado Esperanza, fue ahí donde un evento, en apariencia insignificante, le daría un giro, además de dirección, a mi vida, dirección que aún define, en estos días mi andar. El primer contacto que tuve con la creatividad, el arte y la lectura llegó a mis manos en forma de cómic, uno de Spider-man para ser exactos. Puedo presumir de que comencé a leer cómics cuando aún no era cool hacerlo, este ejemplar despertó en mí una pasión por el arte, la ilustración y la lectura que aún viven en mí al día de hoy. En muchos sentidos “el pensamiento creativo establece mundos y, por lo tanto, posee lenguajes propios. En el conjunto de procesos y funciones que constituye la visión humana, la creatividad, a causa de su carga interna de interpretatividad, se configura como una de las constantes de la reflexión mental” (Gennari, 1997), este cómic, no podía definirse de mejor manera, ese objeto “infantil” era la amalgama perfecta entre creatividad, ilustración y literatura, y estas artes unidas creaban universos únicos, así como sus propias mitologías. En ese mundo infantil, el ser creativo, la ilustración, así como la lectura se convirtieron en parte de mí diario devenir. Lo más interesante era que ningún adulto comprendía ese mundo. El realismo que ejercemos como niños es sustancialmente ilógico, si se considera la perspectiva del adulto; sin embargo, como niños creemos de manera firme en estas lógicas y nuestro conocimiento se basa en ellas. Lo que impacta en primera instancia nuestra niñez encuentra un lugar predominante entre los símbolos de los objetos reales que reproducimos, a veces con una intensidad tal, que es difícil de registrar en otras tipologías lingüísticas, así como en otras edades. Lo que me impactó en primera instancia fue la concepción en sí de ese elemento, símbolo de creatividad que se ha convertido en pieza recurrente a lo largo de mi vida, éste fue la base de mis principios estéticos, me llevo a apreciar la imagen, a ilustrar, y fue en gran medida responsable de mi decisión a la hora de determinar mi carrera profesional, así como también sirvió para acercarme al mundo de los libros. “La obra literaria que se dirige a la infancia o a la juventud posee una fuerte carga simbólica; el mundo parece haberse convertido en una fábula, en un símbolo, en un universo simbólico desmesurado que posee toda la fuerza del mito. Las propias visiones que establece el texto alcanzan el poder de los éxitos míticos y si la infancia puede saborear esa edad mitológica es gracias a los simbolismos de la lectura” (Gennari, 1997). Dichos simbolismos se presentan a cada persona de múltiples maneras, en mi caso fueron en forma de cómic. Para muchos la modernidad ha perdido el significado y el valor de la infancia, quizá porque ha desaparecido el antiguo sentido del mito, para mí, estos simbolismos son llevados al niño por medio de 32 páginas grapadas, acompañadas de ilustraciones, una historia y un sinnúmero de elementos que fueron responsables de acercarme al mundo del diseño. Este universo lleno de mitos modernos, revaloriza la mitología, realizando sus propias versiones, donde Zeus es sustituido por Superman, Hera por Wonder Woman y Apolo por Flash, por dar algunos ejemplos. Como ya mencioné, aquel cómic tuvo la gracia de acercarme a la lectura de manera más formal, y fue gracias a ella que pude ingresar a mundos completamente nuevos, universos que se presentaron ante mí en forma de palabras. Jamás tuvo tanta razón Hesse cuando al escribir sobre la magia del libro dijo: “de los muchos universos que el hombre no ha recibido como don natural, sino que ha creado desde dentro de su espíritu, el universo de los libros es el más amplio” (Hesse en Gennari, 1997). Esa armonización y amalgama artística que me hicieron ver los cómics, esa especial unión diseñada de manera perfecta y sencilla, fue lo que abrió mis ojos a un futuro que me esperaba a muchos kilómetros de aquel rancho donde viví mi infancia.
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