Apuntes para la clase de semiótica. -La belleza ha sido vituperada constantemente por el relativismo, por la fragmentación del «absoluto», idea que antes imperaba, al menos en forma de noción, el espíritu humano, que aunque niega toda supeditación política necesita, como ente metafísico que es, creer que hay algo más grande que lo más grande que la ciencia puede lucubrar. La belleza, como los géneros literarios, vive bajo la férula de la imposición política o ideológica, que busca con máximo esfuerzo e inspiración fraguar obras de arte que ratifiquen sus tesis. Preguntar qué es lo bello exige saber, antes, qué es el hombre; y para saber qué es el hombre es menester dilucidar los arcanos de la religión y las paradojas antropológicas, los nudos de la epistemología y los límites de la metafísica. Lo bello, más que una mercancía o sentimiento, es una noción. ¿Qué es una noción? Es lo que la criba del concepto deja, luego de barajarlo todo, a la luz del sol. Los conceptos pueden ser puros o empíricos; puros si no dependen de la experiencia y empíricos si dependen. El concepto que no necesita de la experiencia es hecho por la razón, en tanto que el concepto que sí, es hecho por el entendimiento; la razón esquiva, para trabajar, los datos de los sentidos, mientras que el entendimiento sí los usa y ordena. La razón forja ideas y el entendimiento vivencias. Las vivencias, aunque ricas, son analíticas, fragmentarias; las ideas, aunque precisas, son pobres. O como decía el maestro García Morente, estudiar mapas de París nos da grandes ideas turbias, e ir a París nos da minúsculas claras vivencias Lo bello, pienso, es lo que conjunta, sin que lo notemos merced a la técnica maestra, vivencia e idea. Claudia Jerónima, en la parte secundaria del `Quijote´, nos cuenta que agredió a un amado suyo y que las heridas que causó en el bodoque enemigo querían ser «puertas por donde envuelta en su sangre saliese», dicta el verso, «su honra». ¿Es bello este decir? Puede no ser bello, pero sí es significativo, esto es, digno de recordarse, ya que aduna la idea de la «honra» con la vivencia existencial que es la «sangre». ¿Por qué recordamos unas cosas y olvidamos otras? Recordamos lo que pensamos será de utilidad. Pero, ¿no es rebajar el arte el pensarlo bajo la luz de la utilidad? La concepción clásica dice que sí. Para Aristóteles, por ejemplo, el arte debía «completar» e «imitar» lo natural, subyugarse a la física. Los griegos iban al teatro para educarse, pues éste quehacer era parte de la ética, que abarcada los estudios políticos, mientras que nosotros, modernos, vamos para divertirnos. Quien va al teatro a buscar saber, tema, «episteme», diría Platón, busca la verdad, verdad hecha verbo; quien va al tablado, en cambio, para gozar con francachelas, con la «doxa», busca algo similar a la belleza. Cabe preguntar, entonces, si la belleza tiene algo de verdad y si la verdad no es más bella que las cosas que tenemos por bellas. ¿Qué hace Cervantes al sustituir la palabra «huecos» por «puertas»? Completa. ¿Qué cuando troca la sangre en manto? Imitar los movimientos de la naturaleza, que con su roja sangre píntalo todo de desgracia. Estas breves meditaciones sirven para quitarle a la crítica cinematográfica, pictórica o de jaez cualquiera el patetismo y el subjetivismo. No todo lo que impresiona es bello, y no todo lo bello está ligado a la tragedia. Ya Horacio aconsejaba no usar de lo grotesco para asustar u horrorizar al público que, como hemos dicho, hoy se para frente al arte para encontrar placer y oír hablar «en necio», y no para lograr catarsis o catequizarse. Lo que sólo da placer, lo que está relacionado con los sentidos, nótese, es la vivencia, la experiencia fragmentaria; luego, es fácil hacer que el público actual, que nada sabe de Bellas Artes, de Humanismo, de Retórica, de Lenguas, de Historia ni Filosofía, o sea, de Ideas, regale a cualquier obra vulgar o adaptada aplausos lisonjeros y «vivas», premios que los autores se granjean con sólo echar mano de algunos trucos y mañas escénicas. Larra, satírico de la vena de Juvenal, aunque más fino, en artículo llamado `Representación de Gabriela de Vergí´ señala: «Verdad es que en las artes de imitación la perfección consiste, no en representar a la naturaleza como quiera que pueda ser, sino de aquella manera que más contribuya al efecto que se busca». Mas efecto no significa reacción. Amedrentar a fuer de gritos no es lo mismo que amedrentar a fuer de intrigas, así como desanudar no es lo mismo que cortar. Menéndez Pelayo, en su `Historia de los heterodoxos españoles´, ilustra: «El estilo se convierte en retórica cuando falta esta necesaria correlación entre la idea y la frase, que no son como el cuerpo y el vestido, sino como el espejo y la imagen». Cuando el artista logra traducir su sentimiento, controlarlo y darle forma (Poe, Pound, Valéry); cuando encuentra el público adecuado, es decir, uno que más que vivencias quiere ideas vívidas (Nietzsche); cuando, en fin, el autor vive con más fuerza sus imaginaciones que sus experiencias, como un Lope, un Duque de Rivas o un Bécquer, hay belleza. El gran arte, como el de Cervantes u Horacio, acucia la razón, pero también el entendimiento, y excita los sentidos, aunque sin dejar que imperen sobre los conceptos; o dicho escolásticamente, en el punto medio está el sabor, la miel, y en los extremos lo grotesco o cursi, la hiel del arte, para citar un viejo poema castellano.
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